El Origen de La Tremenda Corte: Un Reflejo de la Realidad Cubana
A comienzos de la década de 1940, la estación de radio Cadena Azul, propiedad de Amado Trinidad, buscaba competir con un exitoso programa de la competencia que presentaba a una pareja de cómicos. Para ello, Trinidad contrató a Leopoldo Fernández y lo unió a Aníbal de Mar. La tarea de crear los personajes y escribir los libretos recayó en Cástor Vispo, un talentoso español que hasta entonces trabajaba en un semanario humorístico. Así, de la rivalidad comercial, nació un fenómeno cultural.
El genio de Vispo y Fernández no fue inventar de la nada, sino, como reconocería el propio Leopoldo, "definir más, darles más colorido en su lenguaje" a arquetipos que ya existían en la sociedad y el teatro cubano. Las inspiraciones eran directas:
El Señor Juez: Estaba basado en el Dr. José "Pepito" Mendizábal, un juez de La Habana famoso por su singular manera de impartir justicia. Fernández confesó que asistía a sus juicios por puro entretenimiento: "Aquello era un show, una carcajada casi ininterrumpida... Sólo el juez permanecía con cara feroz lanzando chistes y pullas".
Tres Patines: Era el reflejo del "picador" o "sablista" cubano, un tipo de buscavidas ingenioso y simpático. Leopoldo incluso citó a un inspirador real de su pueblo, Güines: un hombre llamado José Irene Rodríguez, "tan descarado y con un cuento tan sutil que vivía del sable en un palacete".
El Nombre: Según Fernández, el nombre "Trespatines" surgió de la expresión cubana "¡No me importa tres pepinos!". Cástor Vispo encontró que "Trespatines" era más gracioso, "porque teniendo el ser humano dos pies sobraría en tal caso un patín".
El Exilio de un Veterano
El estar fuera de tu terruño no perdona edades, y para un comediante que había conquistado a millones de oyentes hispanoamericanos con "La Tremenda Corte", la nueva realidad era especialmente cruda. En una época donde el entretenimiento en español apenas comenzaba a encontrar su lugar en Estados Unidos, hacer reír ya no era simplemente un arte, sino una necesidad de supervivencia.
La Cuerda se Tensa: El Fin de una Era en La Habana (1962)
Tras su exitosa temporada de casi año y medio en el Teatro Nacional, la confrontación con el régimen de Castro llegó a un punto sin retorno. La historia que se popularizó en el exilio, reportada por el The Miami Herald, cuenta la anécdota de un chiste sobre colgar un retrato de Fidel Castro que le costó dos meses de cárcel y su eventual huida. Sin embargo, el propio Leopoldo Fernández desmintió categóricamente esta versión al llegar a Miami.
En una entrevista con el Diario Las Américas a los pocos días de su llegada, el comediante fue tajante: "Yo nunca dije tal chiste. Si lo hubiera hecho... estaría en la cárcel o hubiera ido al paredón".
En su lugar, Fernández relató la verdadera y más cruda historia. La noche del 12 de abril de 1962, durante una función, el teatro fue asaltado por "esbirros comunistas, armados de cabillas" que "atacaron a la concurrencia". El régimen utilizó el "escándalo mayúsculo" como pretexto para cerrarle el teatro definitivamente.
Respecto a su arresto, aclaró que esa noche solo estuvo preso por cinco horas, pero que a partir de ese momento se convirtió en "un preso especial", viviendo bajo vigilancia constante. Finalmente, logró salir de la isla en un grupo de 1,170 refugiados a bordo del carguero "Shirley Lykes", llegando a Miami, en sus propias palabras, "sin más capital que la muda de ropa que traigo en este maletín". Esta fue la verdadera historia de su salida: no la de un chiste ingenioso, sino la de una violenta represión que silenció al artista más querido de Cuba.
La versión del Miami Herald sobre el chiste de los cuadros. |
Contrario a la imagen de un exiliado que llega a empezar de cero, Leopoldo Fernández desembarcó en Miami como la estrella que era. La evidencia muestra que para finales de 1962, ya era la figura principal del Teatro Radio Centro en la Calle Flagler. Desde el 30 de diciembre de ese año, encabezó el "Gran Festival de Año Nuevo" en un espectáculo titulado "Música, Mujeres y Piratas", compartiendo cartel con su inseparable Aníbal de Mar.
Inmediatamente después, estableció una exitosa temporada con su propia compañía, presentando "juguetes cómicos" como "Mi Mujer Tiene un Amante", rodeado de su talentoso elenco que incluía a Rolando Ochoa, su hijo "Pucho" Fernández y Pepa Berrio. Lejos de un comienzo titubeante, su llegada a Miami fue una toma de los escenarios por asalto
La Bienvenida de un Pueblo: El Gran Homenaje de 1963
Inmediatamente después, estableció una exitosa temporada con su propia compañía, presentando "juguetes cómicos" como "Mi Mujer Tiene un Amante", rodeado de su talentoso elenco que incluía a Rolando Ochoa, su hijo "Pucho" Fernández y Pepa Berrio. Lejos de un comienzo titubeante, su llegada a Miami fue una toma de los escenarios por asalto
Tras el éxito arrollador de su primera temporada en el Teatro Radio Centro, la comunidad artística en el exilio se volcó para celebrar a su ídolo. El domingo 24 de febrero de 1963, el icónico Dinner Key Auditorium se vistió de gala para un "grandioso homenaje" en su honor. El evento, anunciado a toda página en los diarios locales, convocó a la realeza del espectáculo cubano: desde el legendario cantante Vicentico Valdés hasta sus eternos compañeros de reparto como Rolando Ochoa y Pepa Berrio, junto a decenas de otras estrellas, pianistas y orquestas.
Pero el evento fue mucho más que un tributo nostálgico. Fue la celebración y consagración de su exitosa primera temporada en Miami, y la prueba de que, a sus 59 años y habiéndolo perdido todo, el genio creativo de Fernández estaba intacto. Esa noche se estrenó su nuevo "juguete cómico": la obra "En Tiempos de Adán y Eva". La comunidad artística no le daba la bienvenida a un recién llegado, sino que celebraba el triunfal regreso a los escenarios de una de sus más grandes figuras.
Este homenaje masivo, con entradas a un dólar "al alcance de todos los bolsillos", fue la primera gran afirmación de la cultura cubana en el exilio, y Leopoldo Fernández fue, sin duda, su primer estandarte. Esta consagración temprana contrasta de forma conmovedora y trágica con el olvido que sufriría por parte de esa misma comunidad artística en los últimos años de su vida.
Aunque la realidad del exilio era cruda, la llegada de Leopoldo Fernández a Miami no pasó desapercibida. Apenas unos meses después de su salida de Cuba, la comunidad artística en el exilio, conformada por figuras que habían crecido admirándolo, se volcó para darle una bienvenida digna de su estatus de leyenda.
El domingo 24 de febrero de 1963, el icónico Dinner Key Auditorium se vistió de gala para un "grandioso homenaje" en su honor. El evento, anunciado a toda página en los diarios locales, convocó a la realeza del espectáculo cubano: desde el legendario cantante Vicentico Valdés hasta sus eternos compañeros de reparto como Rolando Ochoa y Pepa Berrio, junto a decenas de otras estrellas, pianistas y orquestas.
Pero el evento fue mucho más que un tributo. Fue la prueba de que, a sus 59 años y habiéndolo perdido todo, el genio creativo de Fernández estaba intacto. Esa noche se estrenó su nuevo "juguete cómico": la obra "En Tiempos de Adán y Eva". Lejos de llegar a Miami a buscar trabajo, Leopoldo llegó trabajando.
Este homenaje masivo, con entradas a un dólar "al alcance de todos los bolsillos", fue la primera gran afirmación de la cultura cubana en el exilio, y Leopoldo Fernández fue, sin duda, su primer estandarte. Este recibimiento caluroso contrasta de forma conmovedora y trágica con el olvido que sufriría por parte de esa misma comunidad artística en los últimos años de su vida.
La Resurrección Televisiva: Las Temporadas Mexicanas (1966-1969)
Tras su dramática salida de Cuba, el primer gran proyecto que consolidó a Leopoldo Fernández como una figura continental en el exilio fue la monumental tarea de llevar "La Tremenda Corte" al formato de televisión. Era lo que tenía claro al llegar a Estados Unidos y enfiló toda su energía junto a parte del elenco general en la radio para radicarse en México por unos años y así explorar en un mercado mas amplio la verosimilitud de una propuesta cómica tan exitosa como lo había sido La Tremenda Corte en su edición radial, en Cuba.
La producción se realizó en los estudios de Monterrey, México, entre 1966 y 1969, dando como fruto más de 125 episodios que mantuvieron vivo el espíritu del programa original y lo presentaron a una nueva generación. La titánica labor se dividió en tres temporadas bien diferenciadas, cada una con sus propias características, elenco y desafíos, solo que en esta etapa no contaban con el cerebro principal de todos los guiones de la etapa en CMQ Radio: Cástor Vispo, cuya pérdida intelectual se perdió en los guiones y redujo bastante la calidad de los argumentos incluso en los episodios reciclados de la versión radial.
Primera Temporada (1966-1967): El Eco de la Radio
La temporada inicial buscó recrear la atmósfera clásica del programa de radio. Fue la única etapa en la que participaron los actores que interpretaban a los acusadores originales y más icónicos: Nananina y Rudecindo Caldeiro y Escobiña. La escenografía era simple, y el formato seguía de cerca los guiones radiales, sirviendo como un puente directo para los fanáticos de toda la vida. En esta etapa, el rol del secretario fue compartido entre los actores Raúl Salcedo “Cascarita” y Ricardo Barroeta.
Segunda Temporada (1967-1968): Experimentos y la Huella Familiar
Esta etapa se caracterizó por una mayor experimentación. El cambio más notorio fue la inclusión de un público en vivo en el estudio, que reaccionaba a las ocurrencias de Tres Patines. Aunque la escenografía seguía siendo modesta, el elenco de soporte creció. Fue durante esta temporada que la colaboración familiar, un tema recurrente en la carrera de Fernández, se hizo presente por primera vez en televisión: su hijo, Leopoldo Fernández Jr. ("Polito"), se unió al elenco interpretando al personaje de "Polito Abril y Mayo". A ellos se sumó también el reconocido actor Luis Manuel Pelayo, consolidando un reparto robusto.
Tercera Temporada (1968-1969): Madurez y Desgaste
La última temporada grabada en México mostró una producción más madura, con una escenografía de juzgado mucho más realista y una calidad de imagen superior. Sin embargo, también evidenció el paso del tiempo y el arduo ritmo de trabajo. En Leopoldo Fernández y Aníbal de Mar comenzaba a notarse un visible desgaste físico, y por primera vez se recurrió a regrabar guiones de episodios anteriores. El elenco secundario se renovó casi por completo, con la excepción del actor Marco de Carlo, cuyo personaje, el argentino Patagonio Tucumán y Bandoneón, cobró un enorme protagonismo. El rol del secretario fue asumido por Alfonso Castaño.
A pesar del éxito continental, problemas económicos impidieron la realización de una cuarta temporada. Esta etapa mexicana, no obstante, fue fundamental: aseguró que "La Tremenda Corte" no muriera con el exilio y creó un vasto archivo visual que sería retransmitido incansablemente durante décadas en toda Hispanoamérica, sentando las bases para todos los proyectos futuros de Fernández y sentando precedente para un programa de sketch que parecido que revolucionaria la forma de hacer comedia televisiva en Latinoamérica (El Chavo del Ocho).
El Llegar a Los Estados Unidos y etapa internacional (1963-1970)
Los primeros años del exilio fueron un peregrinaje por América Latina en busca de nuevas oportunidades. Tras huir del régimen de Castro en 1963, Fernández no se estableció inmediatamente en Estados Unidos. Su limitado inglés —como confirmaría años después The Miami News: "does not speak English"— lo obligó a buscar trabajo en países donde pudiera desarrollar su arte en español.
Esta barrera idiomática explica su trayectoria errante por el continente. Paralelamente a la producción de la serie en México, y especialmente tras su conclusión en 1969, Fernández continuó su búsqueda artística en otros territorios hispanohablantes. Fue así como llegó a Perú, donde "La Tremenda Corte" gozaba de una popularidad extraordinaria gracias a las retransmisiones radiales y en gran parte, a los audiovisuales, transmitido desde México.Aprovechando este reconocimiento, en 1969 Leopoldo Fernández y Aníbal de Mar viajaron a Lima para realizar una exitosa gira de presentaciones en vivo, llevando por primera vez su química radiofónica al escenario. El impacto fue inmediato: Panamericana Televisión (Canal 5) lo contrató ese mismo año para protagonizar una nueva serie cómica donde encarnaba a un policía torpe y de buen corazón.
El programa, conocido por varios nombres —"El Guardia Tres Patines", "La Comisaría de Tres Patines" y "Aquí está Tres Patines"— lo tenía como co-estrella junto al reconocido comediante peruano Antonio Salim y otras figuras del medio local. Esta fórmula exitosa, que integraba su genio cómico con el talento autóctono, se convertiría en un preludio de la estrategia que más tarde aplicaría en Miami.
Fue precisamente durante estos años de búsqueda y experimentación artística cuando conoció en Puerto Rico a Vilma Carbia, la actriz que se convertiría no solo en su compañera de vida, sino también en su última gran colaboradora profesional.
Cuando Tres Patines Cantó: Un Hito Musical en México
Hago un aparte acá porque la estancia de Leopoldo Fernández en México no fue solo una epoca de adaptación televisiva, sino también un período de notable innovación musical. Junto a su inseparable compañero de mil batallas, Aníbal de Mar, Fernández había cultivado en Cuba una exitosa carrera discográfica paralela a la actuación. Bajo los seudónimos de Pototo y Filomeno, el dúo grabó numerosos discos de guarachas y parodias cómicas que se convirtieron en clásicos, con temas como "Yo Pico un Pan" y el álbum "Ensalada Rebelde" tras la Revolución. Su identidad musical estaba firmemente ligada a esos personajes.![]() |
Album "Ensalada Rebelde" en loas a Fidel Castro y su nuevo régimen al derrocar a Fulgencio Batista |
![]() |
Contraportada album "Pico Un Pan" |
![]() |
Versión peruana del primer album de Pototo & Filomeno |
Sin embargo, en 1968, durante su exilio mexicano, el dúo rompió su propio molde. En un giro creativo sin precedentes, grabaron para el sello Musart el álbum "Tres Patines y El Señor Juez". Por primera y única vez en su discografía, abandonaron a Pototo y Filomeno para encarnar musicalmente a los personajes que los habían inmortalizado en la radio continental.
El disco, que incluía temas como "El Lechonero" y "Cosa Más Grande", no era simplemente un álbum de comedia; era un evento cultural. Representaba la fusión total de sus dos universos creativos. Para los miles de seguidores de "La Tremenda Corte" en toda Latinoamérica, escuchar al Señor Juez y a Tres Patines llevar sus enredos y ocurrencias al formato de una canción fue un hito que consolidó aún más el estatus de culto del programa y demostró la inagotable capacidad de reinvención de sus creadores.
Se Soltó El Loco Con Pototo
El peregrinaje de Leopoldo Fernández por Latinoamérica no siguió una línea recta ni representó una ruptura total con Estados Unidos. En medio de sus estadías en México y antes de emprender sus proyectos en Perú, Fernández gestó desde Miami uno de los proyectos más simbólicos de sus primeros años de exilio: el programa radial "Se Soltó el Loco con Pototo".
Producido por America's Productions, Inc. y con libretos del maestro Álvaro de Villa, este programa marcaba un reencuentro profesional cargado de nostalgia y significado histórico. Fernández no revivía a Trespatines, sino a su otro gran alter ego, Pototo, y lo hacía junto a Mimi Cal, su histórica compañera del dúo "Pototo y Filomeno" que había definido una era dorada del humor cubano. A este núcleo emotivo se unían veteranos de confianza como Rolando Ochoa y la actriz Olga Lidia Rodríguez.
El programa cumplía una doble misión que trascendía el simple entretenimiento. Además de alegrar a la diáspora cubana en Miami, se convirtió en una herramienta de resistencia cultural cuando fue transmitido a Cuba a través de Radio Martí. De este modo, la voz de Pototo se transformaba en un arma sutil en la Guerra Fría y en un puente sonoro hacia la isla que había dejado atrás. Para los cubanos que permanecían en la isla, escuchar a Pototo y Filomeno juntos de nuevo debió representar un eco conmovedor de un tiempo perdido.
Esta iniciativa revela que, incluso durante su etapa más nómada, Fernández ya estaba construyendo estratégicamente las bases de su futuro en Miami. Reunía a su cuadro artístico de confianza y utilizaba su talento no solo como medio de sustento, sino como un acto de afirmación cultural y de conexión permanente con su pueblo disperso.
El Diagnóstico del Exilio
Ya establecido en Miami tras su llegada en 1963, Fernández reflexionaba sobre lo que había dejado atrás con una mezcla de tristeza y realismo implacable. "No hay artistas", declaraba en una entrevista temprana, refiriéndose a la situación cultural en Cuba. "Todos se han ido, la nueva generación no ha mejorado". Su diagnóstico sobre la isla era devastador: "Nuestra isla es una isla de cólicos, porque los comunistas han tratado de hundirla y no han tenido éxito".
También mostraba la sabiduría práctica del superviviente cuando describía las dificultades del régimen. Su respuesta reveló tanto humor como pragmatismo: "No te molestan si te vas con ellos. Pero cada hora que alguien te esté vigilando. Si tienes muchos amigos visitándote, se vuelven sospechosos. Está empeorando cada día".
Después de su documentado periplo por varios países latinoamericanos, Fernández tomó una decisión definitiva en julio de 1971: establecerse permanentemente en Miami. Una imagen capturada por The Miami News lo inmortalizó en un momento simbólico, aplicando para los beneficios del Medicare en la oficina del Seguro Social. La escena resultó reveladora: las operaciones normales se interrumpieron cuando los latinos presentes reconocieron al "Bob Hope del entretenimiento cubano" y le pidieron autógrafos.
Este sería el resumen de los 60s de Leopoldo antes de entrar a su etapa de residente en los 70s en Miami
Timeline de Leopoldo Fernández (1960-1969)
1960 - Inicios de 1962: La Cima en La Habana
Actividad Principal: Leopoldo Fernández continúa siendo la máxima estrella del humor en Cuba. Mantiene una presencia constante en la radio y, sobre todo, en el teatro.
Hito Clave (Marzo 1962): La prensa de la diáspora reporta que Leopoldo y su compañía cumplen 70 semanas ininterrumpidas de actuaciones en el Teatro Nacional de La Habana. Esto confirma su estatus de ícono activo en la Cuba revolucionaria.
Mediados - Finales de 1962: La Ruptura y el Exilio
Conflicto y Salida: La situación política se vuelve insostenible. El régimen intensifica la censura y el acoso. Ocurre el famoso incidente del chiste "Ese lo colgaré yo mismo", que resulta en su arresto, un breve encarcelamiento y posterior arresto domiciliario.
Llegada a Miami: En los últimos meses del año, logra salir de Cuba y llega a Miami.
Debut Triunfal (Diciembre 1962): Lejos de un comienzo modesto, desembarca profesionalmente por todo lo alto. Debuta en el Teatro Radio Centro de Miami, encabezando el "Gran Festival de Año Nuevo" y presentando sus propias obras con su compañía.
1963: Consagración en Miami
Homenaje Masivo (Febrero 1963): Tras el éxito de su primera temporada en Miami, la comunidad artística cubana en el exilio le rinde un grandioso homenaje en el Dinner Key Auditorium, donde estrena su nueva comedia "En Tiempos de Adan y Eva".
Actividad Teatral Continua (hasta Junio 1963): Permanece en Miami varios meses, manteniendo una exitosa temporada de shows semanales en el Teatro Radio Centro.
Finales de 1963 - 1969: El Nómada Creativo y la Conquista Continental
Inicio del Peregrinaje: A pesar de su éxito en Miami, la falta de una industria de producción sólida y su limitado inglés lo llevan a buscar oportunidades en otros países de habla hispana.
Proyecto Estratégico en Miami (paralelo): Durante esta década, gesta desde Miami el programa radial "Se Soltó el Loco con Pototo" junto a Mimi Cal, producido por America's Productions, Inc. y transmitido a Cuba por Radio Martí.
La Resurrección Televisiva en México (1966-1969): Se establece en Monterrey, México, para el que sería su proyecto más monumental de la década: la producción de las tres temporadas (más de 125 episodios) de "La Tremenda Corte" para la televisión.
Innovación Musical (1968): En medio de la producción televisiva en México, graba junto a Aníbal de Mar el histórico y único álbum musical "Tres Patines y El Señor Juez".
Conquista del Sur: Perú (1969): Finalizado el ciclo en México, viaja a Perú. Realiza una exitosa gira de presentaciones en vivo y protagoniza para Panamericana Televisión la serie cómica "El Guardia Tres Patines".
El Encuentro Clave (en este período): Durante una de sus paradas en su periplo por el Caribe, conoce en Puerto Rico a la actriz Vilma Carbia, quien se convertiría en su esposa y compañera de vida
Era el momento que marcaba su verdadera llegada a Estados Unidos. A los 66 años, Fernández finalmente echaba raíces en el país que sería su hogar definitivo. Sin embargo, como le dijo a la reportera con su característica determinación, aunque estaba tramitando los beneficios del Seguro Social, "no tenía intenciones de retirarse por mucho tiempo". Y así fue: continuó haciendo reír a multitudes hasta su último suspiro, fiel a una vocación que jamás conoció el descanso.
Los Primeros Pasos en la Televisión Local (de Miami)
Contrario a lo que podría pensarse, la llegada de Leopoldo Fernández a la televisión miamense no fue repentina. Ya desde mediados de los años 60, las cadenas locales habían comenzado a programar contenido dirigido a la creciente diáspora hispana. Entre 1964 y 1969, los televidentes podían sintonizar "Aquí Está Tres Patines", que consistía básicamente en la retransmisión de los episodios que Fernández había grabado durante su período mexicano (1961-1963).Para 1974, según las programaciones televisivas locales, ya se difundía "Tres Patines en su Salsa", un programa producido en Perú que constaba de más de una veintena de episodios. Esta presencia constante en los canales locales demostró que existía una audiencia fiel y ávida del humor de Trespatines, preparando el terreno para proyectos más ambiciosos.
![]() |
Tres Patines en su etapa en Perú junto a Camucha Negrete. |
"Pues que el cubano toma más café que ron": El Laboratorio de un Genio Cómico
El período comprendido entre 1971 y 1974, un silencio aparente en los archivos periodísticos, no debe interpretarse como un hiato en su carrera, sino como una fase crucial de consolidación y gestación. Tras casi una década de vida nómada, estos años le permitieron a Fernández establecer finalmente un hogar y, más importante aún, convertirse en un observador silencioso de su nuevo entorno. Fue en este laboratorio personal donde estudió al público del exilio, analizó sus códigos y sembró estratégicamente el terreno a través de las retransmisiones de sus viejos programas.
Para diciembre de 1975, tras este período de consolidación silenciosa, Leopoldo Fernández estaba listo para revelar las conclusiones de su estudio de campo. En una entrevista clave con Georgina Cruz para The Miami News, se puede ver al estratega detrás del comediante, analizando con paciencia su próxima movida. La conversación tuvo lugar en un día particularmente ajetreado: había estado "recibiendo familiares procedentes de Puerto Rico" y en la noche tenía ensayo para el estreno de "Yo Detesto a las Mujeres" en el Teatro Lecuona.
Serio, reservado, y hasta algo tímido según la periodista, el cómico de Güines se hallaba "en ánimo aclarador". Su primera revelación fue sociológica: "El cubano, cuando no había salido de Cuba, se conocía por la rumba y por el ron Bacardí. Entonces, todo el mundo interpretaba que el cubano tenía que ser rumbero y borracho. Entonces ahora en el exilio que se han abierto 74.000 puestecitos de tomar buchitos de café, que sale uno a la calle y se toma 20 en el día, pues se ha visto que el cubano toma más café que ron."
Esta observación, aparentemente jocosa, revelaba una comprensión profunda del cambio cultural del exilio. Fernández había entendido una verdad fundamental: el cubano de Miami ya no era el mismo que había dejado en la isla en 1961. El exilio había creado un nuevo arquetipo, con nuevas preocupaciones y un nuevo contexto.
Su diagnóstico del teatro fue igualmente preciso: "Habría que hacer el sainete de acuerdo a lo que se vive aquí, que ya son bastante las cosas que les suceden a los cubanos y entonces ya sería necesario dentro del género bufo meter al americano que hablara español, y todas esas cosas, se pudieran inyectar un montón de tipos."
Para que el género sobreviviera, explicaba, era necesario actualizarlo: "Hay que inyectarlo [al género cubano], hay que inyectarlo pero bien inyectado, buscar lo último —con autores, con intérpretes, con, vaya, y con público, que venga el público a verlo. El público ayuda mucho." Su análisis era clínico sobre el dilema temporal del exilio: "Tendría que vivir lo que vive el cubano aquí en el exilio habría que coger como patrón eso, porque ahora venir a retractarse a las cosas que pasaban en Cuba, o que pasaron, pues ya no son de actualidad, y las cosas que pudieran ser de actualidad en Cuba ya es una cosa que nos da de cachete eso."
La Reinvención a los 72 Años
Meses después de la entrevista con Georgina, en agosto de 1976, cuando Leopoldo cumplía 72 años, los periódicos de Miami anunciaban algo extraordinario: el viejo maestro de la comedia no solo seguía activo, sino que estaba embarcado en una de las empresas más ambiciosas de su carrera tardía. Simultáneamente filmaba una serie de 52 programas para televisión y grababa "Los Problemas de Trespatines", una renovación completa de su personaje más querido.
La genialidad de esta reinvención residía en cómo Fernández logró adaptar a Trespatines a una nueva realidad sin traicionar su esencia. El pícaro soltero de "La Tremenda Corte" ahora aparecía como un hombre casado, profundamente enamorado de Vilma, una mujer "dulce, cariñosa y abnegada". Pero Trespatines seguía siendo Trespatines: dispuesto a hacer cualquier cosa por su esposa, "menos trabajar, naturalmente".
Esta nueva dinámica le permitía a Fernández explorar territorios cómicos frescos mientras mantenía lo que había hecho famoso al personaje. Como explicaba Alberto González, el autor de los nuevos libretos: "Nadie recuerda que Trespatines haya tenido un empleo en ninguna época de su vida". Ahora, presionado dulcemente por Vilma para buscar trabajo, el personaje desarrollaba elaboradas estrategias para evitarlo, como rechazar un empleo cargando cajas de huevos alegando que "el huevo le hacía daño porque él padecía del hígado".
La nueva serie reunía a un grupo de actores que, como Fernández, habían encontrado en Miami una segunda oportunidad. Bajo la dirección de Roberto Ruíz Lavin y con libretos de Alberto González, el elenco incluía a Vilma Carbia, descrita como "una de las mejores actrices que ha producido Puerto Rico en todos los tiempos", dando vida a la esposa paciente. Rolando Ochoa, conocido como "el polifacético" por su habilidad para interpretar tipos cómicos diversos, encarnaba a Don Florencio, el padre de Trespatines, un anciano que se creía Don Juan y que, en lugar de resolver los problemas de su hijo, solía agravarlos.
Pepa Berrio interpretaba a Doña Catalina, la suegra terrible que, a pesar de despreciar profundamente a su yerno, terminaba siendo quien "aflojaba el dinero" cuando la situación se volvía insostenible. Era una configuración familiar perfecta para la comedia: amor, conflicto, dependencia económica y malentendidos generacionales.
Lo notable de esta etapa es que Fernández no estaba simplemente sobreviviendo fuera de Cuba; estaba prosperando a una escala nacional. El éxito de sus programas, tanto los nuevos como las retransmisiones de su etapa mexicana, no se limitó a la Florida. Pronto, su humor encontró un hogar en estaciones de todo el país, desde los enclaves hispanos del este en Nueva York y Nueva Jersey, hasta la costa oeste en California. Con esta expansión, Fernández demostraba una aguda visión comercial, apuntando no solo a la diáspora cubana, sino también al masivo público mexicano y chicano que ya lo idolatraba desde sus años de producción en Monterrey.
"Los Problemas de Trespatines" fue adquirido por decenas de radioemisoras en distintos países y se transmitía localmente de lunes a viernes por WQBA a las 7 de la tarde. Sergio Fuentefria, de Producciones Susquehanna, no exageraba cuando afirmaba que Leopoldo Fernández era "la máxima figura cómica del teatro, la radio y la televisión de la América Latina".
Para 1982, cuando Fernández tenía ya 78 años, los periódicos de Miami seguían registrando su actividad. El Miami Herald lo mencionaba actuando en el Teatro América, interpretando a Pototo en "La Batalla de los Sexos", manteniendo su característica imagen del "saco mal abrochado". Era un hombre que, literalmente, trabajó hasta su último aliento.
El Artista Maduro: Reflexiones de 1977
Una Nueva Vida Personal
El destino le tenía guardada una última y gran felicidad. En 1974, mientras Vilma Carbia coordinaba un show en el Canal 11 de Puerto Rico, recibió una nota de la gerencia: "Promociónate a Leopoldo Fernández, que viene de Miami a trabajar con ustedes". Él tenía 68 años y ella se enamoró inmediatamente. "Me enamoré locamente de su alma, de su sentir, de su hablar", confesaría Vilma años después.
A pesar de que Fernández ya había estado casado dos veces (la segunda con su compañera de reparto, Mimí Cal) y tenía siete hijos de distintas uniones, no dudó en proponerle matrimonio a la actriz puertorriqueña. Eligieron una fecha simbólica, el 8 de septiembre de 1975, día de la Virgen de la Caridad del Cobre, para casarse ante un juez en Miami. La luna de miel fue tan peculiar como sus vidas: horas después de la boda, partieron rumbo a Nueva York con toda su compañía teatral para debutar al día siguiente en "Los Problemas de Trespatines".
Para 1977, Fernández había encontrado por fin la estabilidad personal que tanto había buscado. Su matrimonio con Vilma representaba un nuevo comienzo después de una vida llena de altibajos. "Fue de pronto, la vine a conocer un poquito tarde, pero la conocí. Ese es el destino para usted, que se lo guardan a uno tarde", reflexionaba con la galantería característica de un caballero de la vieja escuela.
Un año después del lanzamiento de "Los Problemas de Trespatines", Leopoldo Fernández se mostraba como un hombre que había encontrado no solo estabilidad profesional, sino también personal. En una reveladora entrevista con Norma Niurka para El Miami Herald en octubre de 1977, Fernández, entonces de 73 años, reflexionaba sobre su arte con la sabiduría de quien había dedicado más de cuatro décadas a hacer reír.
La conversación reveló la compleja dualidad del comediante. Contrario a la imagen pública de sus personajes extrovertidos, Fernández confesaba ser "una persona retraída" que podía parecer "triste" a quienes lo conocían superficialmente. "Bueno, para alguna gente resulto triste... yo concibo que pueda ser así... Dicen: '¡Mira qué serio es!', y me van entristeciendo ellos", admitía con su característica honestidad.
Esta contradicción entre el hombre público y privado no era casual, sino producto de una comprensión profunda del humor como mecanismo de supervivencia. Fernández había desarrollado una aguda conciencia de cómo su identidad artística evolucionaba según las audiencias: "El personaje de radio es Trespatines; aunque haga lo que haga siempre soy Trespatines. Pero el público de Cuba es, por la calle, '¡Pototo, Pototo!'. Cuando me dicen Trespatines es que es algún centroamericano".
Esta dualidad se manifestaba incluso en los encuentros casuales. Vilma relataba que, viajando en un taxi en México donde sonaba Tres Patines en la radio, Leopoldo se identificó al final del trayecto, pero el taxista, escéptico, le respondió: "No lo creo". No era de extrañar su incredulidad: "Tenía una dicción perfecta y vestía como el más elegante de los hombres; para cada color de traje tenía un par de zapatos en conjunto", recordaba Vilma, una imagen completamente opuesta al Tres Patines de saco mal abrochado.
La verdadera dimensión de Leopoldo Fernández trasciende la simple comedia. Años antes, en una visita a Costa Rica, había confesado esta complejidad emocional: "Cuando hago chistes cualquiera diría que soy un despreocupado, pero siento añoranza y tristeza por mi pobre Cuba". No era solo un comediante, sino un sanador social que canalizaba el dolor del exilio a través de la risa.
Tres Patines como Filósofo del Arte
Pero esta aparente seriedad escondía una filosofía profunda sobre su arte. Fernández había desarrollado una teoría personal sobre la improvisación teatral que anticipaba técnicas modernas décadas antes de que se formalizaran en las escuelas de actuación: "Yo improviso demasiado... ese es uno de mis buenos defectos".
Su concepto de la "morcilla" —esas improvisaciones espontáneas que enriquecían el diálogo— revelaba a un artista que entendía intuitivamente la naturaleza orgánica del humor. "La morcilla es lo que no está dentro del diálogo, es algo que uno pone", explicaba con una metáfora culinaria perfecta: "La morcilla se echa dentro del potaje, y como un aparte, medita: 'Si hay morcilla, pero sino hay, con jamón le basta'".
Para Fernández, la improvisación no era un capricho, sino una necesidad artística: "No creo que deba existir un director que se oponga a la morcilla porque esas son facultades extraordinarias con las que el autor puede ayudar al actor". Esta visión colaborativa del arte teatral mostraba a un veterano que había entendido que la creación es un proceso colectivo donde cada elemento —autor, actor, director, público— contribuye al resultado final.
Su reflexión sobre la innovación en el teatro revelaba una mente analítica detrás del bufón: "En el teatro no hay nada nuevo. Lo que dicen que es nuevo lo estaban haciendo hace años. No hay nada nuevo. Aquí lo que se hace es repetir lo de antes". Esta observación, aparentemente pesimista, escondía una profunda comprensión de la naturaleza cíclica del arte humano.
"Ahora la televisión tiene el teatro retratado; lo nuevo es la cámara y la palabra televisión, pero es teatro. Es como el coche y el caballo: inventaron el coche, pero el caballo ya estaba suelto por los potreros; lo que hicieron fue ponerle el coche", continuaba, demostrando una capacidad de síntesis que pocos artistas poseen.
Fernández también reveló su método creativo, que combinaba disciplina técnica con inspiración espontánea: "El personaje lo creo yo, el autor escribe y yo interpreto. Es como el toro y el torero: el toro viene hecho ya, el torero es el que tiene que aprender. Y si no hay escritor no hay actor; si no hay toro, no hay torero".
Esta metáfora taurina no era casual. Para Fernández, la actuación cómica requería la misma valentía, técnica y respeto por la tradición que el toreo. El actor, como el torero, debía enfrentar algo poderoso y potencialmente peligroso —la expectativa del público— con gracia, técnica y, cuando fuera necesario, con la improvisación que salvara el momento.
"Todos los autores imaginan los personajes y cómo deben reaccionar. El trabajo del actor es buscar la manera de coincidir con lo que el autor escribió y entonces uno se va buscando el tipo adecuado", explicaba, revelando un proceso creativo mucho más sofisticado de lo que sugería la aparente espontaneidad de sus personajes.
Cuando Norma Niurka le preguntó sobre su especialidad en la improvisación, Fernández respondió con una observación que revelaba años de estudio de la naturaleza humana: "El que tiene facilidad para improvisar en el teatro, puede salirse de un diálogo y construir un parlamento que quiera decir lo mismo que lo que usted no se puede aprender. Pero eso debe hacerse de acuerdo con la capacidad, la inteligencia del actor y su director".
Era la sabiduría de quien había pasado décadas observando qué hace reír a la gente y por qué. "Me considero uno de los mejores en eso, un privilegiado por Dios", admitía sin falsa modestia, pero inmediatamente añadía una distinción crucial: "Cuando el chiste es forzado ya no le llamamos chiste, le llamamos pujo".
Esta distinción entre el humor genuino y el forzado mostraba a un artista que había desarrollado criterios estéticos rigurosos. Para Fernández, hacer reír no era simplemente provocar una reacción, sino crear un momento de alivio genuino, de conexión humana auténtica.
La entrevista también tocó, aunque de manera sutil, el impacto del su nueva vida en el extranjero a través de su trabajo. "Quince años antes de crear lo que luego se convirtió en símbolo de la gracia cubana, Leopoldo Fernández trabajaba en compañías de variedades que en aquella época pululaban en la isla", recordaba Niurka, y Fernández reflexionaba sobre esa pérdida: "Yo quisiera tener un teatro grande y una compañía como la tenía en el Nacional de La Habana, con setenta personas".
Era el lamento contenido de quien había perdido no solo un país, sino toda una infraestructura artística que había tardado décadas en construir. Sin embargo, incluso en esta nostalgia, Fernández mostraba su capacidad de adaptación: había logrado recrear, en menor escala pero con igual calidad, lo que había perdido.
La entrevista concluía con una de las reflexiones más conmovedoras sobre su vocación. Cuando la periodista le preguntaba por qué había escogido dedicar su vida a hacer reír, Fernández respondía desde su seriedad característica: "¡Chica, porque yo particularmente he llorado tanto!".
En esas pocas palabras se resumía toda una filosofía de vida: el humor como respuesta al dolor, la risa como medicina para las heridas propias y ajenas. Era la confesión de un hombre que había entendido que su don no era simplemente hacer bromas, sino transformar el sufrimiento humano en algo que pudiera ser compartido y, al compartirse, aliviado.
Esta declaración final revelaba la verdadera dimensión de Leopoldo Fernández: no era solo un comediante, sino un sanador social que había convertido sus propias lágrimas en la risa de otros. En el exilio, esta función se había vuelto aún más necesaria, y él lo sabía.
El Constructor de Instituciones
Pero 1977 también reveló otra faceta desconocida de Fernández: su rol como constructor de la infraestructura cultural del destierro cubano enarbolado por el régimen comunista.. En abril de ese año, cuando el Teatro Lecuona de Hialeah atravesaba "una situación económica muy difícil", Fernández se unió a otros artistas hispanos como Blanquita Amaro, Tito Guízar, Néstor Cabell y María Luisa Chorens en una función benéfica para salvar el teatro.
No era una participación casual. Según El Miami Herald, "La Compañía de Leopoldo Fernández estuvo cinco meses en cartel" en el Teatro Lecuona, lo que indica que mantenía una presencia teatral constante y establecida en Miami, paralela a su trabajo radiofónico. Esta actividad teatral regular demuestra que Fernández no se había limitado al éxito de "Los Problemas de Trespatines", sino que seguía comprometido con todas las formas de entretenimiento en vivo.
La participación en el esfuerzo de rescate del Teatro Lecuona revela a un artista que entendía su responsabilidad más allá del entretenimiento individual. Era parte de esa generación de exiliados que sabía que tenían que trabajar juntos para crear y mantener las instituciones culturales que permitirían que el arte hispano floreciera en su nueva tierra.
Su compromiso con el Teatro Lecuona continuó durante 1978, cuando los anuncios locales registraban regularmente la presencia de "Leopoldo Fernández (Trespatines) y su compañía" en funciones que mantenían vivo el espacio que habían ayudado a rescatar el año anterior. Era una actividad más discreta pero constante, que consolidaba su presencia en la escena teatral miamense y preparaba el terreno para nuevos proyectos
Los Últimos Años: Un Legado que Perdura
Los años finales de Leopoldo Fernández estuvieron marcados por el reconocimiento y la continuidad de su trabajo. Según el obituario publicado en The Miami Herald tras su muerte el 13 de noviembre de 1985, Fernández había logrado algo extraordinario: sus programas seguían transmitiéndose en la mayoría de los países de América Latina, así como en la televisión y radio locales de Miami.
El Último Proyecto Ambicioso: "Misión 3K3"
Una de las historias más conmovedoras de estos años finales involucra su regreso al cine después de 23 años de ausencia. En octubre de 1979, El Miami Herald reportaba que "Trespatines se hace espía en una película que está rodando la compañía Miami Film Services, de Danny Bardisa". El proyecto, titulado "Misión 3K3", representaba no solo el regreso cinematográfico de Fernández, sino también una extraordinaria colaboración familiar.
La película, codirigida por su hijo Leopoldo "Polito" Fernández Jr., nació de un proyecto que había permanecido guardado durante años. Como explicaba Polito en 1980: "En ese libreto trabajaron papá y Prieto hace años. Hace dos años lo encontré entre sus papeles y tomé el proyecto en mis manos. Es una película para toda la familia". La historia familiar detrás del proyecto era tan interesante como la película misma: el padre de 75 años trabajando junto a su hijo de 35 en su debut como director.
El elenco reunía a los colaboradores habituales de Fernández —Vilma Carbia, Rolando Ochoa, Gladys Núñez, Mayín Fernández— junto a actores ecuatorianos como Evaristo (Ernesto Albán), Cecil Villart y Enrique Pacheco, en una coproducción que se filmó entre Miami y Ecuador. La trama mantenía el humor clásico de Trespatines: "El desastre que hace Trespatines como agente es atroz. El caso es tan secreto, que él mismo no sabe lo que busca".
Para Fernández, el proyecto representaba múltiples primicias: no solo era su regreso al cine después de "¡Olé Cuba!" (1957), sino también la primera vez que componía música para una película y que trabajaba como codirector. "Esta es la primera vez que dirige el actor y bailarín de 35 años", reportaba Norma Niurka, añadiendo que "Actualmente, padre e hijo trabajan en un vodevil en el Teatro Blanquita".
La dinámica familiar se reflejaba también en los estilos actorales. Mientras el padre mantenía su registro cómico clásico, Polito había escogido un camino diferente: "No soy cómico como mi padre", declaraba. "Más bien hago galancetes". Esta diferenciación generacional añadía una capa adicional de interés al proyecto: era tanto una película de Trespatines como un vehículo para mostrar la nueva generación de la familia Fernández.
El estreno tuvo lugar en octubre de 1980, distribuyéndose simultáneamente en los cines Trail (de la Calle Ocho) y Atlantic (de Hialeah), confirmando que Fernández vivió para ver el resultado de su trabajo. Para Rolando Ochoa, veterano colaborador que había trabajado con Trespatines "desde el año 39", la experiencia fue nostálgica: "No me acuerdo ya. Hace ya siete u ocho meses que se hizo la película. También me llevará la sorpresa de mi vida cuando vaya al estreno. Porque después de tanto corte y edición, es difícil saber lo que uno ha hecho en una película".
"Misión 3K3" simboliza perfectamente la tenacidad artística de Fernández: a los 75 años, no solo seguía actuando, sino que se aventuraba como codirector y compositor, trabajaba junto a la siguiente generación de su familia, y mantenía la ambición de crear "una película para toda la familia". Que lograra completar y estrenar este proyecto demuestra que, incluso en sus últimos años, seguía siendo un innovador dispuesto a explorar nuevas facetas de su arte.
Armando García Sifredo, comentarista de radio de WRHC, lo describía como "un hombre querido por el pueblo" que "siempre decía algo para hacer reír a la gente la noche del 31 de diciembre". Esta observación captura perfectamente el lugar que Fernández había ocupado en el corazón de la comunidad hispana: no era solo un entertainer, sino una presencia familiar constante.
Los Últimos Escenarios (1984)
Incluso a los 80 años, Fernández seguía subiendo a las tablas con la misma pasión de siempre. Desde febrero hasta octubre de 1984, protagonizó junto a Vilma Carbia y su compañía la obra "POTOTO ODIA A LAS MUJERES" en el Teatro La Comedia #2, acompañado también por Sergio Doré Jr., Marco Fajardo y Haydee Rivera. Las funciones de viernes a domingo fueron su última temporada profesional.
La ironía del título —"Pototo Odia a las Mujeres"— protagonizada junto a su amada esposa Vilma Carbia, era perfectamente representativa del humor que había caracterizado toda su carrera: la capacidad de encontrar comedia incluso en las contradicciones más evidentes.
En octubre de ese año, su salud se quebró definitivamente, y para diciembre ya no volvió a salir. Su ultimísima aparición en un escenario, ya enfermo, fue un gesto de amistad: un pequeño número cómico junto a Vilma en un homenaje al periodista Armando García Sifredo. Fue la despedida silenciosa de un gigante de las tablas.
El Ocaso del Ídolo: Olvido y Precariedad
Detrás de la fachada del genio incansable, los últimos años de Leopoldo Fernández estuvieron marcados por una profunda tristeza, el deterioro de su salud y una impactante precariedad económica. En una desgarradora entrevista póstuma, su viuda, Vilma Carbia, reveló la dolorosa realidad que enfrentó el comediante en el ocaso de su vida.
Su salud comenzó a decaer drásticamente en 1984, tras una operación de gastritis que le provocó severas complicaciones. Pero el golpe más duro fue anímico. Vilma confesó que su esposo se sentía "muy triste, sumamente defraudado, sobre todo porque no se le había hecho el reconocimiento en vida que él merecía".
El olvido de la comunidad artística que él mismo había ayudado a cimentar fue particularmente cruel. "Más nunca se le hizo un homenaje; ya no lo llamaban para trabajar, ni lo llamaban por teléfono", relató Vilma. Con una mezcla de dolor y franqueza, añadió: "Los mismos artistas no lo llamaban. Fueron al entierro pero no vinieron a verlo nunca".
La revelación más impactante fue la realidad financiera. Su trabajo incesante no era una elección, sino una necesidad imperiosa. Vilma Carbia juró públicamente una verdad silenciada por décadas: "Leopoldo no recibía un centavo, y eso te lo juro por Dios... Ni de La Tremenda Corte de radio, ni de La Tremenda Corte de México, ni de La Tremenda Corte de ningún país donde se transmite, nunca ha recibido ni una sola regalía. No ha recibido en su vida un solo centavo de regalías, ni aún de los discos que hizo con Aníbal de Mar".
Su mayor preocupación era dejar a su esposa desamparada. "Si no trabajábamos no podíamos vivir", confesó Vilma. Pensaban que era un hombre de fortuna, pero la realidad era otra: "murió sin ninguna propiedad".
Su muerte y su impacto en la comunidad artística y en el público
Como bien lo describió Ivonne Gomez en su artículo conmemorativo de su fallecimiento el 11 de noviembre del 1991, Vilma Carbia lo encontró cabizbajo en su silla de director. Al hablarle y no recibir respuesta, creyó que era una de sus bromas. Pero Leopoldo Fernández ya había gastado la última. Su muerte, a los 81 años, marcó el final de una era. Fernández había trabajado literalmente hasta sus últimos días, manteniendo esa ética laboral que lo había caracterizado desde su llegada al exilio. Como señalaba García Sifredo en el obituario: "Era un hombre del pueblo", una evaluación que resumía décadas de conexión genuina con su audiencia.
"La chispa la tuvo hasta ayer mismo", declaró su viuda Vilma Carbia al Miami Herald dos días después de su muerte. "Y creo que allá en el cielo está haciendo reír a todos". Era el testimonio más íntimo de alguien que había compartido los últimos años de su vida, confirmando que Fernández mantuvo su humor y vitalidad hasta el final.
Su hijo Leopoldo recordaba cómo esa chispa había sido innata desde la infancia. En una anécdota familiar que ejemplificaba perfectamente su naturaleza, contaba cómo siendo niño en Güines, su padre lo había enviado a buscar una cazuela de carne con papas. "Al oler el aroma, el joven empezó a picar, hasta que terminó con toda la carne". Cuando se dio cuenta de que no quedaba comida, "el futuro comediante se sentó a llorar en una acera del pueblo. Al preguntarle alguien por qué lloraba, explicó: 'Venía caminando con la carne con papas. Tropecé. Me caí. Y lo único que pude recoger fue el caldo'".
Era la misma inventiva cómica que décadas después le costaría la libertad en Cuba, pero que en el exilio se había convertido en fuente de alegría para millones de personas. Como resumió perfectamente su hija, Leonor Zulueta, su padre siempre buscó trabajar "en donde pudiera hacer a la gente reír y hacer el mayor bien".
El velorio en la Funeraria Rivero se convirtió en una celebración de su vida tanto como en un luto. "Un desfile constante de personalidades de la farándula, amigos y público pasó durante todo el día", reportaba José de Córdoba. Entre las lágrimas de familiares y admiradores "también se escucharon risas y se vieron sonrisas, al recordarse anécdotas de su vida y su carácter".
Hasta en la muerte, Fernández mantuvo su sentido del humor. Había decidido que su féretro permaneciera cerrado, explicando a su familia que "era el único show que no le debía al público". Como recordaba Vilma Carbia, había bromeado diciendo que "la gente iba a decir: 'Mira, si se ve más saludable y con los cachetes más rosados que nunca'".
Armando García Sifredo, comentarista de radio de WRHC, lo describía como "un hombre querido por el pueblo" que "siempre decía algo para hacer reír a la gente la noche del 31 de diciembre". Carlos Alberto Montaner, el escritor cubano, ofrecía quizás el epitafio más certero: "Cuando un hondureño o un dominicano imita a un cubano, la persona a la que está imitando es a Trespatines. Pototo; Trespatines, llegó a ser algo como el estereotipo del cubano".
La muerte de Leopoldo Fernández marcó el fin de una era en más de un sentido. Fue el último en fallecer del elenco original de "La Tremenda Corte", pocos días después de que muriera Álvaro de Villa, el guionista que sucedió a Vispo. Como un acto final para cumplir su sueño más anhelado, sobre su féretro se depositaron terrones de tierra cubana. Paradójicamente, en el país que tanto amó, sus programas llevaban prohibidos más de 25 años, una censura que no pudo borrar su voz del corazón de un continente. Pero más allá del olvido profesional, había una herida que nunca cerró. Como confesó Vilma, una de sus mayores tristezas era no poder ver a su patria libre. "Eso lo fue minando y entristeciendo tanto y tanto. Y me decía: 'No le veo arreglo a ese asunto, me voy a morir y no voy a volver a mi patria'".
Su muerte a los 81 años (aunque reportada como 82 en algunos medios) marcó el final de una era dorada de la comedia hispana. Como señalaba García Sifredo: "Era famoso, no sólo en Cuba, sino en todo el continente", testimonio de un alcance artístico que trascendió fronteras y generaciones.
El legado artístico de Fernández se perpetuaba a través de su descendencia: sus hijos Leopoldo "Pucho" Fernández y Lenia habían seguido sus pasos en el entretenimiento, asegurando que el apellido Fernández mantuviera su presencia en los escenarios hispanos de Estados Unidos. Sin embargo, el reconocimiento oficial no acompañó esta continuidad familiar.
El olvido institucional se convirtió en una herida abierta para quienes valoraban su contribución cultural. Como lamentaba su viuda Vilma años después: "Ni una estrella en la Calle Ocho ni una calle que lleve su nombre", un doloroso recordatorio del escaso reconocimiento oficial en Miami, la ciudad que lo había acogido en sus últimos años y donde había encontrado tanto el amor como la estabilidad que le permitieron cerrar dignamente su extraordinaria carrera.
El Arte de No Retirarse
La historia de estos últimos catorce años de Leopoldo Fernández es también la historia de una generación de artistas del exilio que entendió que el retiro era un lujo que no podían permitirse. En una época donde el entretenimiento en español en Estados Unidos era todavía un mercado incierto, estos veteranos se convirtieron en pioneros sin proponérselo.
Fernández había creado lo que el obituario de The Miami Herald describía como "un personaje casero, una persona traviesa", alguien que podía "hacer reír a las personas dondequiera que pudiera hacer que la gente se riera". Esta capacidad de adaptación y renovación constante fue lo que le permitió mantenerse relevante desde los años 40 hasta los 80.
Su carrera tardía demuestra que el talento genuino no conoce fronteras ni fechas de vencimiento. Trespatines, el personaje que nació en los estudios de Cuba en los años 40, encontró en Miami una segunda vida que duró más de una década, llevando la risa a nuevas generaciones de oyentes que quizás nunca conocieron la Cuba original, pero que sí conocían la universalidad de un buen chiste.
En una era donde la nostalgia podría haber sido el único recurso, Leopoldo Fernández eligió la renovación. Y funcionó hasta el final.
LEGADO: Un Obrero del Arte y por el Arte
La historia de los últimos veintidós años de Leopoldo Fernández es mucho más que la crónica de una generación de artistas del exilio. Es el testamento de un hombre que, enfrentado a la pérdida de su patria, su estatus y su fortuna a los 59 años, se negó a ser una reliquia. Para él, el arte de no retirarse no fue una elección, sino una condición impuesta por el destierro y asumida con una dignidad inquebrantable. Su motor no fue la nostalgia, sino un profundo sentido de su oficio.
Lejos de la comodidad que podría esperarse de una leyenda, Fernández se convirtió en un trabajador incansable y un audaz explorador, demostrando un apetito por la experiencia que desmentía su edad. La cronología de su vida, desde 1963 hasta su último aliento en 1985, es la prueba irrefutable. No se limitó a repetir la fórmula de "La Tremenda Corte"; al contrario, se lanzó a una serie de aventuras cómicas y empresariales para mantenerse relevante y pertinente:
El Nómada Creativo: Entendiendo que el idioma era su capital, emprendió un peregrinaje por México, Perú y Puerto Rico, adaptándose a nuevas audiencias y formatos televisivos.
El Innovador Musical: En México, se atrevió a romper su propio molde, llevando por primera y única vez a "Tres Patines y El Señor Juez" al estudio de grabación, un experimento que fusionó sus dos universos creativos.
El Estratega Cultural: Desde Miami, se convirtió en una voz para la diáspora y un puente hacia la isla, reuniendo a su dúo histórico con Mimi Cal para el programa "Se Soltó el Loco con Pototo", transmitido a Cuba por Radio Martí.
El Reinventor de Mitos: A los 72 años, no tuvo miedo de reconfigurar la psicología de su personaje más famoso, presentando a un "Trespatines" casado en "Los Problemas de Trespatines" para explorar nuevas vetas de humor.
El Emprendedor Teatral: Mantuvo su propia compañía, con la que no solo trabajó durante meses en cartelera, sino que también luchó como pilar de la comunidad para salvar instituciones como el Teatro Lecuona.
El Pionero Cinematográfico: A los 75 años, regresó al cine después de más de dos décadas, no solo como actor, sino como codirector y compositor, trabajando codo a codo con la nueva generación encarnada en su hijo.
Cada uno de estos hitos fue un acto de fe en su propio talento y una declaración de que la dignidad reside en el trabajo constante. Mientras otros podían haberse refugiado en la gloria pasada, Leopoldo Fernández salía cada día a construir un nuevo presente. Su carrera tardía no es la historia de un hombre que necesitaba trabajar para vivir, sino la de un maestro de su oficio que vivía para trabajar, para crear y, sobre todo, para demostrar que el mayor éxito no es lo que se tuvo, sino lo que se es capaz de construir sobre las ruinas.
El periodista Tomás Regalado capturó magistralmente esta dimensión de su legado: "Con la muerte de Pototo o Trespatines, ha desaparecido un poco más la Cuba que solo vive en el recuerdo, en las viejas grabaciones de La Tremenda Corte, uno de esos raros fenómenos que aún 30 años después conservan la frescura del primer día." Para Regalado, Fernández había logrado algo que trascendía el entretenimiento: "Más que cualquier político, historiador, Leopoldo Fernández, tuvo una habilidad de plasmar en su personaje la Cuba de siempre: La Cuba del negrito y el gallego, del guajiro de la mujer habanera, la Cuba de la bodega y hasta del solar."
La periodista Norma Niurka, quien lo entrevistó en múltiples ocasiones, capturó con precisión el significado generacional de su partida: "Se llega con esta desaparición al borde de un abismo generacional. Ahora serán recuerdos, mitos y resumen de una época de grandes artistas cubanos." Su muerte representaba algo más profundo que la pérdida de un entertainer: "Como a Cuba no la pueden dividir a la mitad, ha muerto el último eslabón de una cadena que enlaza a la isla y al exilio." Fernández había sido, en sus palabras, quien "ha estado alegrando a través de los años la soledad de nuestros ancianos, trayéndoles los recuerdos del ayer feliz, del siempre cubano en familia".
Su legado más grande trasciende a Trespatines y se encuentra en el ejemplo de una vida que nunca conoció el retiro, una existencia dedicada íntegramente al arte de hacer reír. Como reflexionó Regalado, "nosotros podíamos dar rienda suelta a la nostalgia muerto un pedacito de Cuba, de la Cuba que no volverá, pero que, como regalo al pueblo que tanto quiso, nos dejó sus retractaciones que deben ser conservadas como tesoros, porque son los únicos programas que, aunque en Español, al padre y al nieto, todos riendo los chistes que jamás envejecerán."
En un mundo donde el humor sigue siendo un bálsamo indispensable para las dificultades humanas, el espíritu de Tres Patines permanece vivo en cada comediante que se atreve a transformar el dolor en risa, convirtiendo las heridas del exilio y la nostalgia en momentos de alegría compartida.
Vilma Carbia se encargó de perpetuar este reconocimiento de manera íntima y eterna. En la lápida de su tumba, grabó el epitafio que mejor lo definía en toda su complejidad humana y artística: "Cómico genial, esposo sin igual". Estas cinco palabras capturan la dualidad que marcó su existencia: el artista excepcional que conquistó continentes con su talento y el hombre que, en sus últimos años, encontró en el amor la paz que había buscado durante décadas.
Así, mientras las instituciones olvidan y las calles permanecen sin su nombre, el verdadero monumento a Leopoldo Fernández se construye cada día en la memoria de quienes aún ríen con sus personajes y en el legado de quienes continúan su misión de sanar el mundo a través del humor.
Referencias
America's Productions, Inc. (1963–1970). Se soltó el loco con Pototo [Sinopsis de programa de comedia radiofónica]. Tulane University Digital Library. https://library.search.tulane.edu/discovery/fulldisplay/alma9945554329306326/01TUL_INST:Tulane
Brockman, B. (1985, 13 de noviembre). Leopoldo Fernandez, 81, beloved Cuban radio, television comedian. The Miami Herald, p. 181.
Conte Agüero, L. (1962, 8 de julio). Cuba bajo el yugo. Diario las Américas, p. 9.
Córdoba, J. de (1985, 13 de noviembre). 'Trespatines' deja estela de admiradores. El Miami Herald, pp. 1, 3, 7.
Cruz, G. (1975, 24 de diciembre). Pototo: Pues que el cubano toma más café que ron. The Miami News, p. 8.
Diario las Américas. (1963, 24 de febrero). [Anuncio del homenaje a Leopoldo Fernández]. p. 15.
Diario las Américas. (1963, 19 de marzo). [Anuncio de espectáculo]. p. 8.
Diario las Américas. (1963, 4 de mayo). [Anuncio de espectáculo]. p. 8.
Diario las Américas. (1963, 2 de junio). [Anuncio de espectáculo]. p. 15.
El Comercio. (2023, 22 de junio). Leopoldo Fernández 'Tres Patines': el icónico humorista cubano que trabajó en el Perú. https://elcomercio.pe/mag/retro/leopoldo-fernandez-tres-patines-el-iconico-humorista-cubano-que-trabajo-en-el-peru-cosa-mas-grande-de-la-vida-chico-la-tremenda-corte-nndasp-noticia/
El Miami Herald. (1963, 26 de enero). Havana Comic's Joke Almost Hangs Him. p. 5.
El Miami Herald. (1979, 10 de octubre). [Artículo sobre película "Misión 3K3"]. p. 10.
El Miami Herald. (1982, 25 de junio). [Artículo sobre actividades teatrales de Tres Patines]. p. 8.
ENDAC. (2024). Misión 3K3. Tres Patines en acción (1985). https://endac.org/encyclopedia/mision-3k3-tres-patines-en-accion-1985/
Episodios La tremenda corte TV. (s. f.). YouTube. https://www.youtube.com/playlist?list=PLIiaHDAuCYeYeFMyhH7-HfNbO3E4NQY5h
His humor will endure. (1985, 15 de noviembre). The Miami Herald, p. 410.
IMDb. (s. f.). Trespatines en su salsa [Serie de TV]. IMDb. https://www.imdb.com/title/tt3559250/
Independent. (1974, 5 de diciembre). [Programación televisiva - "Tres Patines en su Salsa"]. p. 68.
Krawetz, S. (1971, 26 de julio). TV's 'Pototo' seeks Social Security. The Miami News, p. 5.
La Prensa. (1981, 18 de octubre). [Reseña sobre Tres Patines]. p. 49.
La Tremenda Corte. (1968). Tres Patines y El Señor Juez [Álbum de vinilo, LP, OA 267]. Oasis.
La Tremenda Corte. (s.f.). Leopoldo Fernández - Biografía. https://latremendacorte.info/actores/leopoldo-fernandez/
Niurka, N. (1977, 9 de abril). Función a beneficio del Teatro Lecuona. El Miami Herald, p. 9.
Niurka, N. (1977, 23 de octubre). El cómico de las múltiples facetas. El Miami Herald, p. 12.
Niurka, N. (1980, 10 de octubre). Trespatines vuelve al cine. El Miami Herald, p. 9.
Niurka, N. (1985, 17 de noviembre). El último de una época. El Miami Herald, p. 13.
Noguer, E. G. (2002). Historia del cine cubano (Cien años 1897-1998). Ediciones Universal.
Peña, G. (1976, 24 de agosto). En nuevo programa radial: Leopoldo Fernández revive el personaje 'Trespatines'. El Miami Herald. p. 5.
Pototo y Filomeno. (1959). Ensalada rebelde [Álbum de vinilo, LP, MLP-540]. Puchito Records.
Pototo y Filomeno. (1960). Yo pico un pan… [Álbum de vinilo, LP, MLP-561]. Puchito Records.
Pototo y Filomeno con Orquesta Melodías del 40. (1957). Pototo y Filomeno [Álbum de vinilo, LP, MLP-528]. Puchito Records.
Regalado, T. (1985, 13 de noviembre). El último eslabón. El Miami Herald, p. 7.
Santos Pasamontes, I. (1985, 9 de diciembre). Trespatines: El hombre detrás del personaje. El Miami Herald, p. 11.
Santos Pasamontes, I. (1985, 9 de diciembre). Leopoldo, a los ojos de su esposa. El Miami Herald, p. 11.
Sharbutt, J. (1975, 28 de diciembre). 'Family Hour' 1975 TV Innovation. Asbury Park Press, p. 37.
Silva, B. (1991, 11 de noviembre). El Tres Patines de Vilma. El Nuevo Herald, pp. 33, 37.
Teatros. (1978, 13 de agosto). El Miami Herald, p. 12.
Theater. (1984, 22 de junio). The Miami Herald, p. 284.
Wikipedia. (2024, 28 de diciembre). La tremenda corte. https://es.wikipedia.org/wiki/La_tremenda_corte
Wikipedia. (2025, 8 de marzo). Leopoldo Fernández (humorista). https://es.wikipedia.org/wiki/Leopoldo_Fern%C3%A1ndez_(humorista)