Una carta de amor a la máquina que cambió mi vida Como todo niño de los noventa, crecí rodeado de pantallas parpadeantes y controles en mis manos. Los Super Nintendo, Los Sega Genesis, Saturn, Nintendo 64 y los PlayStation 1 llenaban mis tardes con mundos pixelados que, debo admitir, comenzaban a aburrirme con el tiempo. Era demasiado selectivo en mis gustos: solo los juegos deportivos lograban captar mi atención, y aun así, algo dentro de mí permanecía inquieto, buscando algo más allá de esos universos finitos y predecibles. Entonces llegaste tú. Recuerdo vívidamente ese momento transformador en 1998 cuando mis ojos se posaron por primera vez en una computadora de escritorio. Era una máquina imponente, con esos sonidos mecánicos característicos que anunciaban tu despertar, y ahí estabas: Windows 98, hermoso y atractivo como ninguna pantalla había sido antes. Mis pupilas se dilataron y, sin exagerar, se hidrataron por primera vez ante algo tan fascinante. En ese instante comprendí una ...