Por Junnior Calcaño
En nuestra sociedad actual, donde todo parece moverse a un ritmo vertiginoso, es fácil para los jóvenes perder de vista el valor de cada momento y logro en sus vidas. Sin embargo, existe un concepto que podría cambiar radicalmente su perspectiva: la presencia interior.
Esta reflexión me surgió mientras observaba las últimas Olimpiadas en Francia. Durante una competencia de natación, una comentarista que había sido medallista olímpica anteriormente expresó algo que me impactó profundamente. Mientras veíamos a una joven atleta recibir su medalla, la comentarista dijo: "Ojalá ella se esté dando cuenta de lo que significa esto. Ojalá tenga esa conciencia interior de lo que está pasando para que lo disfrute y lo valore".
Sus palabras resonaron en mí porque tocaron una realidad que observamos constantemente: cuando somos jóvenes, los logros llegan pero rara vez nos detenemos a procesarlos verdaderamente. La juventud, con su ímpetu natural y su falta de experiencia reflexiva, nos impulsa hacia adelante sin darnos la oportunidad de sopesar el verdadero significado de lo que vivimos. Los éxitos se sienten automáticos, los logros se dan por sentados, y perdemos la oportunidad de extraer toda su riqueza emocional y formativa.
Fue entonces cuando cristalizó en mi mente este concepto: la presencia interior. Esa capacidad de estar plenamente consciente de lo que vivimos, de reconocer el valor de nuestras experiencias y de permitir que cada momento significativo deje su huella profunda en nuestro desarrollo personal.
Pero, ¿Qué es la Presencia Interior?
La presencia interior es la consciencia plena de lo que nos sucede en el momento presente. Lamentablemente, en la juventud, tendemos a dar todo por sentado. Aprobamos un examen y pensamos "bueno, era lo esperado". Conseguimos un trabajo y lo vemos como parte natural del proceso de la vida. A esa edad, parece que todo sigue un guion esperado: si estudias y obtienes buenos resultados, simplemente es lo que debía pasar; si consigues un trabajo, es solo parte del proceso de la vida.
Tradicionalmente, se ha pensado que la reflexión profunda sobre nuestras experiencias es algo reservado para etapas más avanzadas de la vida, quizás a los 40 o 50 años. Sin embargo, ¿por qué esperar? La juventud es el momento perfecto para comenzar a cultivar esta presencia interior, para ser conscientes de cada paso que damos en nuestro desarrollo personal y profesional.
Reflexionando sobre mi propia experiencia, debo admitir que yo mismo caí en esta trampa durante mis veinte años. Hoy, a los 38 años, lamento profundamente no haber sido más consciente de momentos que ahora reconozco como fundamentales en mi vida. Mis logros académicos los viví como simples requisitos cumplidos; mi boda, uno de los días más importantes de mi vida, pasó como un evento más en el calendario; los viajes que tuve la fortuna de realizar los experimenté más como experiencias de paso que como oportunidades de crecimiento y reflexión. No fue hasta años después que pude dimensionar verdaderamente el valor y la trascendencia de esas experiencias. Esta realización me ha llevado a entender que la presencia interior no es un lujo que debemos esperar a desarrollar en la madurez, sino una habilidad que debemos cultivar desde temprano para no perdernos la riqueza de nuestro propio camino.
Es cierto que la vida nunca será perfecta. Siempre habrá desafíos que superar en el plano emocional, afectivo, amoroso, familiar y personal. La construcción de nuestra vida es precisamente eso: una construcción, una lucha diaria por mejorar nuestro ser. Pero es en medio de esta lucha donde la presencia interior cobra su mayor importancia. Ser consciente de lo que nos sucede, apreciar y valorar cada pequeño paso que damos, es fundamental para nuestro crecimiento. No necesitamos esperar a tener 50 años para meditar sobre nuestros logros. Podemos y debemos hacerlo desde ya, en cada etapa de nuestras vidas.
La presencia interior nos brinda numerosos beneficios:
Aumento de la autoconciencia: Nos permite comprender mejor nuestras emociones, pensamientos y motivaciones.
Mayor apreciación por la vida: Valoramos los pequeños momentos y celebramos nuestros logros.
Reducción del estrés: Nos ayuda a vivir el presente sin preocuparnos por el futuro o lamentarnos por el pasado.
Mejora de las relaciones: Nos volvemos más empáticos y conectados con los demás.
Mayor sentido de propósito: Nos ayuda a encontrar nuestro camino y a vivir una vida auténtica.
En la era digital actual,
cultivar la presencia interior presenta desafíos únicos para los jóvenes. Las
redes sociales y la tecnología, aunque útiles en muchos aspectos, pueden ser
grandes distractores que nos alejan del momento presente. Constantemente revisamos
nuestros teléfonos, comparamos nuestras vidas con las de otros en Instagram, o
nos perdemos en el scrolling infinito de TikTok.
Entonces, ¿cómo podemos cultivar la presencia interior en nuestras vidas diarias? Aquí hay algunos consejos:
1. Practica la meditación de atención plena: Reserva unos minutos cada día para enfocarte en tu respiración y traer tu consciencia al momento presente.
2. Reflexiona sobre tus experiencias: Tómate tiempo para escribir o hablar con un amigo de confianza sobre tus logros, desafíos y áreas de mejora.
3. Establece intenciones: Antes de empezar una nueva tarea o actividad, dedica un momento a establecer una intención sobre cómo quieres presentarte y qué esperas lograr.
4. Practica la gratitud: Tómate tiempo cada día para reflexionar sobre lo que estás agradecido, sin importar lo pequeño que sea.
5. Deja ir el perfeccionismo: Reconoce que estás en progreso y siempre habrá espacio para el crecimiento y la mejora.
En nuestra sociedad actual, donde todo parece moverse a un ritmo vertiginoso, es fácil para los jóvenes perder de vista el valor de cada momento y logro en sus vidas. Sin embargo, existe un concepto que podría cambiar radicalmente su perspectiva: la presencia interior.
Esta reflexión me surgió mientras observaba las últimas Olimpiadas en Francia. Durante una competencia de natación, una comentarista que había sido medallista olímpica anteriormente expresó algo que me impactó profundamente. Mientras veíamos a una joven atleta recibir su medalla, la comentarista dijo: "Ojalá ella se esté dando cuenta de lo que significa esto. Ojalá tenga esa conciencia interior de lo que está pasando para que lo disfrute y lo valore".
Sus palabras resonaron en mí porque tocaron una realidad que observamos constantemente: cuando somos jóvenes, los logros llegan pero rara vez nos detenemos a procesarlos verdaderamente. La juventud, con su ímpetu natural y su falta de experiencia reflexiva, nos impulsa hacia adelante sin darnos la oportunidad de sopesar el verdadero significado de lo que vivimos. Los éxitos se sienten automáticos, los logros se dan por sentados, y perdemos la oportunidad de extraer toda su riqueza emocional y formativa.
Fue entonces cuando cristalizó en mi mente este concepto: la presencia interior. Esa capacidad de estar plenamente consciente de lo que vivimos, de reconocer el valor de nuestras experiencias y de permitir que cada momento significativo deje su huella profunda en nuestro desarrollo personal.
Pero, ¿Qué es la Presencia Interior?
La presencia interior es la consciencia plena de lo que nos sucede en el momento presente. Lamentablemente, en la juventud, tendemos a dar todo por sentado. Aprobamos un examen y pensamos "bueno, era lo esperado". Conseguimos un trabajo y lo vemos como parte natural del proceso de la vida. A esa edad, parece que todo sigue un guion esperado: si estudias y obtienes buenos resultados, simplemente es lo que debía pasar; si consigues un trabajo, es solo parte del proceso de la vida.
Esta actitud, aunque comprensible, nos priva de la oportunidad de reflexionar
sobre el valor real de lo que hemos logrado, además de que nos impide apreciar
verdaderamente nuestro camino y nuestros logros.
Tradicionalmente, se ha pensado que la reflexión profunda sobre nuestras experiencias es algo reservado para etapas más avanzadas de la vida, quizás a los 40 o 50 años. Sin embargo, ¿por qué esperar? La juventud es el momento perfecto para comenzar a cultivar esta presencia interior, para ser conscientes de cada paso que damos en nuestro desarrollo personal y profesional.
Reflexionando sobre mi propia experiencia, debo admitir que yo mismo caí en esta trampa durante mis veinte años. Hoy, a los 38 años, lamento profundamente no haber sido más consciente de momentos que ahora reconozco como fundamentales en mi vida. Mis logros académicos los viví como simples requisitos cumplidos; mi boda, uno de los días más importantes de mi vida, pasó como un evento más en el calendario; los viajes que tuve la fortuna de realizar los experimenté más como experiencias de paso que como oportunidades de crecimiento y reflexión. No fue hasta años después que pude dimensionar verdaderamente el valor y la trascendencia de esas experiencias. Esta realización me ha llevado a entender que la presencia interior no es un lujo que debemos esperar a desarrollar en la madurez, sino una habilidad que debemos cultivar desde temprano para no perdernos la riqueza de nuestro propio camino.
Tomemos como ejemplo el caso de una joven de 17 años, llena de dudas, con problemas de autoestima y frustración. El simple hecho de cambiar de escenario, de ocuparse en nuevas actividades, pudo marcar una diferencia significativa en su vida. Pero su verdadero cambio comenzó en la mente.
Ella había experimentado una transformación considerable en su rumbo de vida, pero se estaba perdiendo de algo fundamental: la capacidad de disfrutar de cada pequeño paso que daba en su progreso. Cuando le mostré su línea de tiempo desde aquel momento hasta seis años después, pudo ver claramente cuánto había crecido, pero hasta ese momento no se había dado cuenta. Es por eso que la decisión de ser consciente de nuestro presente, de valorar cada pequeño avance, es lo que realmente impulsa nuestra evolución personal.
Es cierto que la vida nunca será perfecta. Siempre habrá desafíos que superar en el plano emocional, afectivo, amoroso, familiar y personal. La construcción de nuestra vida es precisamente eso: una construcción, una lucha diaria por mejorar nuestro ser. Pero es en medio de esta lucha donde la presencia interior cobra su mayor importancia. Ser consciente de lo que nos sucede, apreciar y valorar cada pequeño paso que damos, es fundamental para nuestro crecimiento. No necesitamos esperar a tener 50 años para meditar sobre nuestros logros. Podemos y debemos hacerlo desde ya, en cada etapa de nuestras vidas.
La presencia interior nos brinda numerosos beneficios:
Aumento de la autoconciencia: Nos permite comprender mejor nuestras emociones, pensamientos y motivaciones.
Mayor apreciación por la vida: Valoramos los pequeños momentos y celebramos nuestros logros.
Reducción del estrés: Nos ayuda a vivir el presente sin preocuparnos por el futuro o lamentarnos por el pasado.
Mejora de las relaciones: Nos volvemos más empáticos y conectados con los demás.
Mayor sentido de propósito: Nos ayuda a encontrar nuestro camino y a vivir una vida auténtica.
Esta hiperconexión digital
puede llevarnos a una desconexión de nosotros mismos y de nuestro entorno
inmediato. El desafío está en usar la
tecnología de manera que enriquezca nuestra vida sin que se convierta en una
fuga de nuestra realidad presente. Aprender a desconectarnos digitalmente para
reconectarnos con nosotros mismos es una habilidad crucial en el cultivo de la
presencia interior en el siglo XXI.
Entonces, ¿cómo podemos cultivar la presencia interior en nuestras vidas diarias? Aquí hay algunos consejos:
1. Practica la meditación de atención plena: Reserva unos minutos cada día para enfocarte en tu respiración y traer tu consciencia al momento presente.
2. Reflexiona sobre tus experiencias: Tómate tiempo para escribir o hablar con un amigo de confianza sobre tus logros, desafíos y áreas de mejora.
3. Establece intenciones: Antes de empezar una nueva tarea o actividad, dedica un momento a establecer una intención sobre cómo quieres presentarte y qué esperas lograr.
4. Practica la gratitud: Tómate tiempo cada día para reflexionar sobre lo que estás agradecido, sin importar lo pequeño que sea.
5. Deja ir el perfeccionismo: Reconoce que estás en progreso y siempre habrá espacio para el crecimiento y la mejora.
Al cultivar la presencia interior, podemos aprender a apreciar el viaje de la vida, en lugar de simplemente apresurarnos de una meta a la siguiente. Podemos celebrar nuestros logros, reconocer nuestros desafíos y abordar cada día con una sensación de curiosidad y asombro. En lugar de esperar a la madurez para reflexionar sobre nuestra vida, podemos comenzar a hacerlo desde ahora mismo, apreciando cada paso del camino y construyendo una vida más plena y significativa. Así que comencemos a practicar la presencia interior hoy, sin importar nuestra edad o etapa de la vida.