Hay días en los que el trabajo nos consume. Jornadas largas, esfuerzo físico y mental, presiones, rutinas… y sin embargo, en medio de todo eso, un pensamiento emerge: “Gracias, Señor, porque hay trabajo.” Quizás antes hubo silencio, escasez, incertidumbre, y en esos momentos oscuros se elevaban oraciones al cielo, clamando por una oportunidad, por una puerta abierta, por un sustento. Ahora que esas súplicas han sido respondidas, ¿sabemos reconocerlas? ¿Seguimos orando, pero esta vez con gratitud?
Vivimos en una época de olvidos rápidos. Lo que ayer parecía una montaña infranqueable, hoy es sólo un recuerdo vago que la rutina va apagando. Sin embargo, lo espiritual no olvida. Nuestra alma tiene memoria. Y Dios también la tiene.
El salmista nos lo recuerda con fuerza:
“Bendice, alma mía, a Jehová,
Y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová,
Y no olvides ninguno de sus beneficios.”
(Salmo 103:1-2)
Qué poderosa es esa última línea: no olvides ninguno de sus beneficios. No dice “recuerda algunos”, ni “agradece cuando puedas”. Dice con firmeza que no olvidemos ninguno. Porque cada bendición lleva impresa una respuesta divina a una oración, a veces dicha con lágrimas, otras con esperanza, otras con resignación.
Cuando tenemos trabajo, salud, una familia, una cama donde dormir, una comida caliente, no sólo estamos viviendo un privilegio: estamos pisando terreno que alguna vez fue desierto. Cada una de esas cosas fue, quizás, motivo de ruego en otro tiempo. ¿Lo recordamos?
El alma agradecida no es la que simplemente dice "gracias", sino la que no olvida. La que mantiene fresca la memoria de lo que Dios ha hecho. La que, aún en el ajetreo, aparta un instante y susurra: “Tú me lo diste, Señor. No fue suerte, no fue casualidad. Fuiste Tú.”
A veces nos acostumbramos a la bendición como si fuera rutina, como si no fuera el fruto de la gracia. Por eso este mensaje no es sólo un desahogo, es un recordatorio sagrado: que nunca se nos olvide agradecer por aquello que tanto pedimos.
Hoy, mientras trabajas, mientras atiendes tus responsabilidades, detente un momento. Mira a tu alrededor. Respira. Y repite con el alma: “Bendice, alma mía, a Jehová… y no olvides ninguno de sus beneficios.”
Los "beneficios" no son solo grandes milagros, sino también las pequeñas misericordias cotidianas: el aire que respiramos, el alimento, la salud, las relaciones, el trabajo mismo. En un mundo que a menudo se centra en lo que falta, el Salmo y el autor nos invitan a contar lo que ya tenemos, a reconocer la mano divina en cada aspecto de nuestra existencia.
La pregunta final, "¿Y tú, ¿Cuentas tus bendiciones?", es un espejo que se nos tiende. Nos obliga a detenernos en medio de nuestro ajetreo y a examinar nuestra propia memoria espiritual. ¿Somos también propensos al olvido una vez que nuestras oraciones son respondidas? ¿O cultivamos una memoria agradecida que nos mantiene humildes y dependientes de la gracia divina?
La Práctica de la Gratitud: Recordando Nuestras Bendiciones en Tiempos de Abundancia
La gratitud es una de las prácticas espirituales más transformadoras, pero también una de las más fácilmente olvidadas. Existe una tendencia humana a orar fervientemente durante tiempos de necesidad, pero olvidar esas plegarias una vez que han sido respondidas.
¿Porque solemos olvidar tan rapido de donde fuimos?
Este fenómeno psicológico y espiritual tiene raíces profundas en nuestra naturaleza. Durante momentos de escasez —ya sea de recursos materiales, salud, relaciones o trabajo— nuestra atención se enfoca intensamente en lo que nos falta. La oración se vuelve urgente, sincera y constante. Sin embargo, cuando la abundancia regresa, nuestra memoria de aquellos tiempos difíciles tiende a desvanecerse.
Este patrón se observa repetidamente en textos religiosos. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, los israelitas frecuentemente olvidaban las intervenciones divinas poco después de experimentarlas. Esta tendencia al olvido no es señal de malagradecimiento deliberado, sino parte de nuestra condición humana: tendemos a normalizar nuestro estado actual y perder perspectiva histórica.
El trabajo como bendición
Podemos reconocer el trabajo como una bendición por la cual muchos oran en tiempos de desempleo. Esta perspectiva contrasta profundamente con la visión contemporánea del trabajo como una carga. Reconocer el trabajo como respuesta a una oración transforma nuestra relación con él, permitiéndonos ver incluso las tareas difíciles como manifestaciones de gracia divina.
El acto de contar nuestras bendiciones invita a una práctica espiritual concreta: el inventario consciente de los dones recibidos. Esta disciplina, presente en múltiples tradiciones religiosas, actúa como antídoto contra el olvido espiritual.
El acto de "contar" sugiere más que una simple enumeración; implica un reconocimiento activo que:
- Cultiva una perspectiva de abundancia en lugar de escasez
- Fortalece la memoria espiritual, creando resistencia para tiempos difíciles futuros
- Genera un estado mental de contentamiento y paz interior
- Recalibra nuestros deseos, distinguiendo entre necesidades genuinas y anhelos superfluos
La gratitud como práctica de resistencia
En un mundo que constantemente nos empuja hacia la insatisfacción y el consumo, la práctica de la gratitud se convierte en un acto de resistencia cultural. Mientras la publicidad y las redes sociales nos bombardean con mensajes sobre lo que nos falta, el recuento de bendiciones afirma la suficiencia y reorienta nuestra atención hacia lo que ya tenemos.
Esta resistencia no es pasiva sino activa—transforma nuestra relación con lo material, con los demás y con lo divino. Los textos sagrados que nos invitan a la gratitud no son simplemente textos devocionales; representan una invitación a una forma revolucionaria de habitar el mundo.
La gratitud requiere intencionalidad y práctica. No surge naturalmente en medio de la abundancia, sino que debe cultivarse conscientemente. Al hacerlo, no solo honramos la fuente de nuestras bendiciones sino que transformamos nuestra experiencia de la vida misma, encontrando riqueza incluso en las circunstancias ordinarias que anteriormente tomábamos por sentado.
La invitación a contar nuestras bendiciones, entonces, no es simplemente un ejercicio espiritual entre tantos otros—es una reorientación fundamental de nuestra consciencia hacia una vida de plenitud y reconocimiento.