Una carta de amor a la máquina que cambió mi vida
Como todo niño de los noventa, crecí rodeado de pantallas parpadeantes y controles en mis manos. Los Super Nintendo, Los Sega Genesis, Saturn, Nintendo 64 y los PlayStation 1 llenaban mis tardes con mundos pixelados que, debo admitir, comenzaban a aburrirme con el tiempo. Era demasiado selectivo en mis gustos: solo los juegos deportivos lograban captar mi atención, y aun así, algo dentro de mí permanecía inquieto, buscando algo más allá de esos universos finitos y predecibles.
Entonces llegaste tú.
Recuerdo vívidamente ese momento transformador en 1998 cuando mis ojos se posaron por primera vez en una computadora de escritorio. Era una máquina imponente, con esos sonidos mecánicos característicos que anunciaban tu despertar, y ahí estabas: Windows 98, hermoso y atractivo como ninguna pantalla había sido antes. Mis pupilas se dilataron y, sin exagerar, se hidrataron por primera vez ante algo tan fascinante. En ese instante comprendí una verdad fundamental: había encontrado un mundo mejor.
No era el mundo cerrado de los videojuegos que me limitaba y eventualmente me aburría. Era tu mundo, un universo infinito donde finalmente me sentía como quería sentirme: en casa.
La revelación llegó en un lugar inesperado. Iba religiosamente con mi hermana a la clínica médica donde trabajaba como secretaria para una doctora conocida en mi ciudad natal. Allí, durante las horas muertas, me convertí en un espectador silencioso y fascinado. Observaba cada movimiento de sus dedos sobre el teclado mientras redactaba documentos en Word. Esos momentos me llenaban de una felicidad inexplicable. No era un usuario avanzado —ni siquiera era usuario—, pero era un soñador que contemplaba algo sagrado.
Entró el milenio y yo seguía sin tenerte en casa, pero mi obsesión crecía exponencialmente. Me convertí en una especie de peregrino digital, visitando a vecinos y conocidos con el único propósito de verte trabajar. Me sentaba en silencio, absorbiendo cada clic, cada ventana que se abría, cada programa que cobraba vida bajo los dedos de otros. Nunca había tocado un mouse, pero soñaba fervientemente con hacerlo.
La primera vez que finalmente puse mis dedos sobre ese pequeño dispositivo mágico fue una experiencia trascendental. Me sentí como un explorador tocando tierra virgen por primera vez. Tu monitor CRT se alzaba imponente ante mí, y ese internet desconocido se extendía como un océano infinito de posibilidades. Windows Media Player con su estética azul luna me parecía lo más moderno que existía en el universo. En ese momento reflexioné profundamente: este era el único lugar donde me sentía verdaderamente feliz, muy por encima de cualquier videojuego o entretenimiento tradicional.
Entre 2001 y 2003, con mis 13, 14 y 15 años, comencé a tener contacto directo contigo. Fueron años de aprendizaje intenso donde desarrollé una relación íntima con tu funcionamiento. Aprendí a entenderte, a adaptar mis ecosistemas digitales, a navegar por internet con soltura y a convertirme en un usuario que aprovechaba todas tus características habituales.
Los cibercafés se volvieron mi segundo hogar, templos modernos donde se celebraba el ritual de la conectividad. Allí chateaba a través de Windows Live Messenger, gestionaba mi correo de Hotmail, y exploraba redes sociales que hoy suenan arcaicas pero que fueron fundamentales en mi formación: Sónico, Hi5, Badoo, Tagged, Tuenti, y finalmente Facebook.
Fue a través de estas conexiones digitales, estos puentes que construiste para unir vidas, que conocí a quien sería mi esposa. Las plataformas que habitaba —Badoo, Tagged, MySpace, Facebook— se convirtieron en los espacios donde mi destino personal se entrelazó con el de otros. Para 2007, con mis 20 años, ya me sentía completamente cómodo navegando por tu mundo, como un nativo digital que había encontrado su verdadera patria.
Han pasado tantos años desde entonces, y hoy, con 38 años, la emoción permanece intacta. Todavía, cada mañana, mi corazón se acelera ligeramente cuando veo una pantalla de computadora. Ya no uso las de escritorio como antes —ahora prefiero las laptops—, pero sigo siendo celosamente cuidadoso contigo. Eres un tesoro que protejo y cuido con devoción.
He aprendido tanto a tu lado que es difícil que pase un día sin estar encendida al menos 10 horas. Cuando estoy en casa y no doy clases, te prendo a las 8 de la mañana y no te apago hasta las 11 de la noche. Más de 12 horas juntos diariamente, porque sigues siendo mi momento más feliz de todos los días. No es nostalgia; es una pasión que ha madurado pero no ha envejecido.
¿Soy simplemente un entusiasta de la informática que disfruta estos momentos? ¿O representas una etapa de la vida que cumplió su cometido y debería quedar en el pasado? La respuesta es inequívocamente clara: todo lo que soy hoy, todo lo que he logrado, ha sido gracias a ti.
Algunos me dirán: "Pero tienes que agradecer al internet, no a la computadora". El detalle es que no es el internet. Los celulares, los smartphones, son muchas veces mucho más potentes que un ordenador y hacen un montón de cosas más rápidas. Pero aquí no me interesa agradecer al internet; me interesa agradecer a la computadora, porque ha sido el único artefacto en más de 20 años que ha marcado mi vida de manera tan esencial. Porque aún sin internet, siempre encontraría una forma de utilizarla: ya sea jugando videojuegos, escribiendo un libro, editando un video, creando algo, publicando contenido. En fin, siempre será la computadora ese momento, mi espacio más seguro, mi refugio digital donde todo es posible.
Por ti me convertí en escritor autopublicado. Me convertí en profesional de la enseñanza, me sigo formando de manera continua; Gracias a la informática, al internet y a las computadoras, desarrollé esa curiosidad inquisitiva que me ha llevado a alcanzar tantos logros personales y profesionales. He desarrollado aplicaciones que resuelven problemas reales, he creado páginas web que conectan personas, he explorado mundos digitales que ni siquiera sabía que existían cuando era aquel niño fascinado en la clínica de León.
Tu influencia trasciende lo técnico. Me enseñaste que la tecnología no es solo una herramienta, sino una extensión de la creatividad humana. Me mostraste que en el mundo digital podía ser quien realmente quería ser, sin limitaciones físicas o geográficas. Abriste puertas que ni siquiera sabía que estaban cerradas y me conectaste con oportunidades que transformaron completamente mi trayectoria vital.
Y todavía, después de todos estos años y algunas décadas, cada vez que abro Windows y aparece esa ventana que dice "Windows 11, bienvenido", siento la misma emoción pura que experimenté aquel día transformador de 1998 cuando te vi por primera vez. Es la prueba de que hay pasiones que trascienden el tiempo, que se renuevan constantemente sin perder su esencia original.
La tecnología evoluciona a un ritmo vertiginoso. Los sistemas operativos se actualizan, el hardware se vuelve más potente, las interfaces cambian. Pero hay algo inmutable en esa relación fundamental entre el ser humano y la máquina que le permite crear, explorar y conectar. Esa magia permanece intacta, esperando ser redescubierta cada día.
Por todo esto, por estos 25 años ininterrumpidos de compañía fiel, por enseñarme que existía un mundo donde podía ser quien realmente quería ser, por abrir horizontes que ni siquiera imaginaba, por conectarme con mi esposa y permitirme encontrar el amor, por convertirme en escritor y darme las herramientas para materializar mis ideas, por hacer de mis días algo extraordinario cuando podrían haber sido ordinarios:
Gracias, señora computadora.
Gracias por ser más que una máquina. Gracias por ser el portal a mis sueños, el espacio donde siempre quiero estar, la compañera silenciosa que me ha acompañado en cada etapa de crecimiento. Gracias por demostrarme que la tecnología, en su forma más pura, es una extensión del alma humana buscando expresarse y conectarse.
Para algunos, la computadora fue una etapa. Para mí, fue el comienzo de todo, y continúa siendo el presente que construye mi futuro cada día. No concibo mi pasado sin ti, no imagino este presente sin tu ayuda y reniego de un futuro sin tu pantalla alegrando cada una de mis mañanas mientras tenga hálito de vida.
Gracias por cambiar mi vida. Gracias por seguir haciéndolo.
Por supuesto, redactado desde mi Dell Latitude 7390 a las 12:11am del día 20 de junio del 2025.