Lo que comenzó como el comentario casual sobre una joven colega que amenazaba con renunciar si no la trasladaban inmediatamente, se desarrolló en una exploración de las diferencias fundamentales entre generaciones y sus implicaciones para el futuro de la enseñanza. Nosotros, como millennials que hemos transitado del mundo análogo al digital, nos encontramos en una posición única para observar y analizar estos cambios generacionales desde nuestra experiencia directa en las aulas.
“Quiero traslado… o renuncio”: La Mentalidad del "Todo Rápido"
"¿Qué les pasa a estos nuevos que iban a 'salvar la educación'?", me preguntaba, recordando las altas expectativas que teníamos sobre esta nueva generación de educadores. Sin embargo, la realidad en nuestras instituciones cuenta otra historia.
Recientemente, una joven profesora con apenas un año en el sistema me confesó que si no la trasladaban, renunciaría. "Como una gente quiere que todo el proceso sea rápido", reflexioné. Esta actitud no es un caso aislado; representa una mentalidad generacional donde la gratificación inmediata se ha vuelto la norma.
Como profesor, he sido testigo de cómo estos jóvenes llegan al aula con la misma mentalidad que aplican a sus dispositivos móviles: si algo no funciona de inmediato, se cambia de aplicación. Pero la educación no opera con la lógica de las redes sociales. Aquí, los resultados se miden en años, las relaciones con los estudiantes se construyen con paciencia, y el verdadero impacto de nuestro trabajo solo se ve a largo plazo.
El director de mi institución distrital lo confirmó el día de mi entrega de telegramas de los nombramientos, de manera muy intima y personal, como si fuera un secreto de esos que dan verguenza articular: "Hay muchos renunciando". Al principio no podía creerlo. ¿Cómo alguien que se ha esforzado tanto para llegar hasta aquí simplemente abandona? Pero la evidencia es innegable, cada dia que estoy aqui dentro.
Mi hermana, desde su rol como orientadora, ha visto el mismo patrón. Ella me cuenta sobre maestros que maldicen su trabajo constantemente, que siempre están hablando de irse, pero que al final se las arreglan para quedarse porque, en el fondo, saben que dependen del sistema. Sin embargo, los jóvenes de la Generación Z—los nacidos después del 96, los menores de 30—no tienen esa misma resistencia.
"Ellos renuncian a todos los trabajos", observo. "Son los peores empleados, y los que siguen van a ser peores". Puede sonar duro, pero es lo que estamos viendo en todas las industrias. No quieren un horario de 8 a 5, no quieren "coger lucha", prefieren el trabajo virtual o emprender, influenciados por coaches que les han metido en la cabeza que el trabajo tradicional es una trampa.
Sin embargo, no podemos ignorar que el sistema educativo puede ser abrumador. Como señaló Reina, incluso en los momentos más difíciles, es crucial mantener una mentalidad de perseverancia: “Yo siempre digo, vamos a salir”. Esta actitud contrasta con la aparente impaciencia de algunos jóvenes docentes que, al no encontrar soluciones inmediatas o condiciones ideales, optan por renunciar, como asi lo está considerando mi joven colega.
Nosotros: La Última Generación Productiva
Como millennials, nos encontramos en una posición paradójica. Somos, según mi análisis, "la última cepa productiva en los empleos", pero paradojicamente ya después de los 35 no nos emplean en muchos sectores. Las reclutadoras "están con la mano en la cabeza" porque no saben qué hacer con los Z y los Alpha que pronto comenzarán a trabajar.
Esta realidad es "digna de estudio". Nosotros, como generación, desarrollamos un espíritu resiliente porque "encontramos todo hecho" de forma tradicional pero tuvimos que irnos adaptando a los nuevos canones digitiales. Mientras tanto, aprendimos "a aburrirse, a frustrarse, a no hacer nada, o mejor dicho, a crear a partir de la nada", como le comenté a mi hermana en nuestra conversacion.
Mi hermana añade una perspectiva crucial: "En el aburrimiento surge la creatividad". Y tiene razón. Nosotros tuvimos la oportunidad de transitar "de lo análogo, totalmente análogo, sin nada", viviendo la transformación digital como "migrantes digitales". Nacimos en un siglo y estamos viviendo en otro.
Pero aquí viene mi autocrítica más dura: "Los millennials son los peores papás de la historia". Nuestras frustraciones no las canalizamos bien, y por nuestro estado de necesidad les dimos demasiada autonomía y libertad a nuestros hijos.
El problema raíz está en ese pensamiento que ha hecho mucho daño, en mis palabras: "YO LE VOY A DAR A MIS HIJOS LO QUE NO TUVE". Educamos desde el trauma, no desde las cosas buenas que sí recibimos. Como corrobora mi hermana: "Lo están haciendo peor".
Nosotros, como padres millennials, somos responsables de las generaciones Z, los nativos digitales, y ahora de la generación Alpha y Beta. Hemos cometido el error de sobreestimular a nuestros hijos. Como ella explica: "Los hemos estimulado demasiado, y ahora los psicólogos y psiquiatras, especialmente los españoles, están diciendo que hay que dejar que los muchachos se aburran".
Como bien apuntó Reina, citando a autores como Rick Warren, no se puede vivir sin esperanza ni expectativas. La falta de estas cualidades en las nuevas generaciones podría ser el resultado de no haberlas acompañado adecuadamente en su desarrollo, un error que reconocemos como padres y educadores."Hemos cometido ese error", admite. Hemos dado todo sin acompañamiento. Los jóvenes llegan a los 20 años habiendo "conocido 25 países", teniendo todo, y experimentan vacíos existenciales prematuros porque ya no hay más por qué luchar.Como ella sabiamente observa: "Yo agradezco a Dios que a pesar de que no tengo todo lo que quiero, puedo seguir soñando para tener todo lo que sueño y quiero, porque eso me da perspectiva".
La Experiencia Personal del Contraste Generacional
Mi hermana me contó una anécdota reveladora -como cereza al pastel-, sobre su esposo, que da clases de inglés. Él tiene dos grupos: uno de jóvenes de la Generación Z y nativos digitales, y otro de 40 taxistas adultos aprendiendo palabras en inglés para dirigirse a turistas. Su conclusión fue contundente: "Con esa gente [los taxistas] aprendieron más que con los jóvenes".
Este contraste no es casual. Los adultos valoran cada oportunidad porque entienden el esfuerzo que requiere. Los jóvenes, acostumbrados a la abundancia de opciones y estímulos, no desarrollan el mismo aprecio por el proceso de aprendizaje.
Vocación vs. Sueldo: La Cruda Realidad
Mi hermana, en su labor como orientadora, también ha notado la misma dinámica. Me comenta sobre docentes que, aunque viven quejándose de su trabajo, hablando constantemente de que se van a ir, al final terminan quedándose porque dependen económicamente del sistema. Se quejan, pero resisten. Sin embargo, los jóvenes de la Generación Z—los nacidos después del 96—no funcionan igual. No tienen esa capacidad de aguante.
"Abandonan cualquier empleo con facilidad", le digo. "Parecen no tener compromiso con nada. Y lo más preocupante es que los que vienen después podrían estar aún menos preparados para afrontar el mundo laboral". Puede parecer una afirmación fuerte, pero lo vemos cada día en distintos sectores. Rechazan los horarios fijos, evitan cualquier entorno donde se les exija esfuerzo continuo. Prefieren empleos remotos o montar sus propios emprendimientos, muchas veces motivados por discursos idealizados que les venden algunos gurús del desarrollo personal. Para ellos, el trabajo tradicional no es una oportunidad: es una carga de la que deben liberarse.
Mi hermana lo dijo con claridad sobre el profesional de la enseñanza: "Esto no puede ser solo por dinero. El que le gusta la educación lo va a disfrutar, a pesar de los obstáculos". Y tiene razón. El dinero no te sostiene 20 años aquí. La vocación se impone. Sin ella, este sistema te rompe en tan poco como un año.
Desde nuestras trincheras—yo en el aula, ella en orientación—vemos las consecuencias de este fenómeno. "Siempre va a haber campo en educación, porque es que hay un grupo que no está aguantando", observa mi hermana. Pero esto no es necesariamente positivo; es síntoma de una crisis sistémica.
Las empresas, según ella ha leído, están "reconsiderando ir al banco de los que se han pensionado y jubilado" porque la esperanza de vida está aumentando y necesitan esa experiencia y estabilidad laboral que las nuevas generaciones no están proporcionando. Eso nos deja una pregunta urgente: ¿quién va a sostener el país? ¿La educación? ¿El futuro?
Lecciones Desde la Experiencia
Lección 1: La Objetividad y la Honestidad Personal: No tener hijos me permite, como profesor, "juzgarlo más objetivamente ya que no tengo sesgos o hijos que defender", como le comenté a ella, pero mi hermana, que sí es madre de una hermosa sobrina, reconoce honestamente: "Aunque yo tengo una, sé que eso ha sido así porque yo también he fallado".
Lección 2: Educar Desde los Valores, No Desde el Trauma: Mi reflexión final es profundamente humana: "Ni modo, no hay un curso de ser papá, uno hace lo que puede, pero sí hay que poner en relevancia el educar desde la justicia y valores, no desde el trauma". Que nuestras carencias no sean el eje central en que nuestros valores se inculquen en el seno familiar.
Lección 3: La Misión Compartida de los Educadores: Como educadores en diferentes roles pero con la misma misión, vemos la urgencia de trabajar con esta generación desde donde estamos. "Nosotros que estamos con muchachos, de una manera u otra con los consejos que nosotros les damos, hay que trabajar a esta generación", dice mi hermana. Ciertamente podemos salvar a más de uno, aunque reconocemos que la tarea es monumental y el peso generacional deja una brecha que no se reconstruye en un momento ni en pocos pasos.
Lección 4: El Equilibrio en la Formación: La clave está en encontrar el equilibrio entre brindar oportunidades sin eliminar todos los obstáculos, entre apoyar sin sobreproteger, entre dar sin crear dependencia. Se dice más fácil de lo que puede ser, pero criar además de exigente, requiere ese esfuerzo de equilibrio que en ciertos tipos de padres puede ser algo difícil de corregir o mejorar.
Lección 5: Reconocer la Crisis Generacional: Nuestra conversación como hermanos educadores revela una crisis que va más allá de las aulas. Es una crisis generacional que requiere que reconozcamos nuestros errores como padres millennials, que valoremos las fortalezas que desarrollamos en nuestras propias circunstancias de limitación, y que encontremos formas de transmitir tanto la adaptabilidad tecnológica como la perseverancia y vocación que caracterizan a los educadores comprometidos.
Lección 6: Lo Que No Se Puede Digitalizar: El futuro de la educación depende de nuestra capacidad para formar jóvenes que entiendan que algunas cosas en la vida—como el impacto real en la formación de otros seres humanos—no pueden acelerarse, digitalizarse o abandonarse cuando se vuelven difíciles. Depende de que seamos capaces de enseñar que la verdadera satisfacción profesional viene del compromiso a largo plazo con una causa que trasciende el beneficio inmediato. No hay mejor orgullo—como le comentaba a alguien—que la satisfacción de haber marcado positivamente en la vida de un educando y muchas veces esta huella ni siquiera tiene que ver con el contenido conceptual, sino con una palabra de sabiduría a tiempo o una llamada reflexiva ejemplar.
Lección 7: La Vocación Como Sostén: Si bien es cierto que en la República Dominicana, el oficio de ser docente ha sido revalorizado de manera más digna hace más de un decenio y eso ha aumentado significativamente la cantidad de postulantes de manera exponencial en los concursos, también es cierto que la vocación sigue siendo el gran diferenciador entre un maestro ejemplar y un facilitador de contenido. Como educadores y hermanos, sabemos que este desafío requiere paciencia, comprensión y, sobre todo, la misma vocación que nos mantiene en las aulas día tras día, construyendo el futuro una lección a la vez, sin atajos ni accesos directos.
¿Seguirán Más Jóvenes Renunciando?
La pregunta que nos queda después de esta reflexión es inevitable: ¿continuará este éxodo de jóvenes docentes? ¿Veremos aulas cada vez más vacías de educadores novatos mientras los veteranos se acercan a la jubilación? ¿O lograremos, como sociedad y como sistema educativo, encontrar la forma de conectar con estas nuevas generaciones sin perder la esencia de lo que significa educar?
La respuesta no está solo en nuestras manos como educadores, sino en la capacidad colectiva de reconocer que formar a un ser humano es un acto que no puede ser digitalizado, acelerado o abandonado cuando se vuelve difícil. El futuro de la educación dependerá de si logramos transmitir esta verdad fundamental a quienes vienen detrás de nosotros, antes de que sea demasiado tarde.