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[HISTORIA] De colonia olvidada a nación orgullosa: el camino hacia la República Dominicana

 

Convencido de que no hay que esperar una fecha específica como el 27 de febrero para escribir sobre mi país, me encontraba reflexionando sobre el nacimiento de nuestra nación mientras daba clase a mis estudiantes. Les explicaba por qué el español es fundamental para nuestra identidad y cómo hemos superado una ocupación haitiana, una intervención norteamericana y presiones francesas, manteniendo siempre nuestro idioma gracias a la herencia colonizadora de España.

En esa reflexión me puse a pensar en cómo nuestra nación fue marcando su camino: una República Dominicana que en primera instancia fue respetada y mimada por España, para luego ser desechada por quienes la descubrieron. Ver hoy la historia completa y contemplar la nación que somos me ha motivado a escribir este recuento.

La historia de la República Dominicana —mi país— es un testimonio de resiliencia: de cómo una tierra marginada por su metrópoli imperial se transformó en una nación independiente y orgullosa. A diferencia de otras colonias americanas ricas en recursos, Santo Domingo experimentó un abandono progresivo que, paradójicamente, fomentó un sentido de autonomía único del que hoy nos sentimos muy orgullosos.

Este relato pedagógico con corazón patriótico pero ameno busca explorar de manera sintetizada, sin perder su fervor apasionado, un recorrido desde los orígenes coloniales hasta la visión pionera de Juan Pablo Duarte, culminando en la formación de un sentimiento nacional dominicano. Sentimiento del cual, henchido de orgullo, escribo este recuento.

1. Del centro del imperio al olvido

Santo Domingo fue la primera ciudad del Nuevo Mundo y durante sus primeras décadas, el corazón palpitante del imperio español en América. Aquí se estableció la primera audiencia real, se fundó la primera universidad y se erigió la primera catedral. Los conquistadores partían desde nuestro puerto hacia México, Tierra Firme y las islas del Caribe.

Pero la historia dio un vuelco dramático. Cuando Cortés descubrió las riquezas de México y Pizarro las del Perú, Santo Domingo pasó de ser el centro a convertirse en una escala secundaria. Las flotas cargadas de oro y plata navegaban directamente hacia Sevilla, dejando atrás una isla que ya no ofrecía las fortunas que España buscaba.

Para mediados del siglo XVI, nuestra importancia estratégica había desaparecido. Mientras España se concentraba en explotar las minas de Potosí y las encomiendas mexicanas, Santo Domingo quedó relegado a una economía de subsistencia basada en el contrabando con piratas holandeses e ingleses y la ganadería extensiva. Mientras tanto, potencias rivales como Francia colonizaban la parte occidental de la isla (Saint-Domingue, futura Haití), convirtiéndola en la "perla de las Antillas" gracias a plantaciones de azúcar que generaban inmensas fortunas. Este contraste acentuó el aislamiento de Santo Domingo, donde la población criolla —descendientes de españoles nacidos en la isla— crecía en un contexto de pobreza y negligencia metropolitana.

2. Las Devastaciones de Osorio: el primer gran abandono

Pero el verdadero punto de inflexión en nuestra relación con España llegó a principios del siglo XVII con las llamadas Devastaciones de Osorio. Esta fue la orden del rey Felipe III, ejecutada por el gobernador Antonio de Osorio entre 1605 y 1608, de despoblar completamente el extremo occidental de la isla para combatir el contrabando y la influencia extranjera.

La medida implicó el traslado forzoso de toda la población de ciudades prósperas como Montecristi, Puerto Plata, Bayajá y Yaguana hacia el sureste de la isla, donde se fundaron Monte Plata y Bayaguana. Los nombres de estas nuevas villas combinaban los de las poblaciones sacrificadas, como un epitafio de lo que se había perdido.

Las razones de esta decisión drástica eran múltiples:

  1. El contrabando se había vuelto tan masivo que la producción de la isla era adquirida casi exclusivamente por Francia, Inglaterra y Holanda, que atracaban libremente en los puertos del norte y occidente. España había perdido el control económico de su propia colonia.
  2. La Corona temía además la influencia protestante que llegaba en las embarcaciones extranjeras, con biblias luteranas que consideraba perjudiciales para la fe católica en la isla.
  3. Finalmente, Madrid buscaba consolidar su control territorial, evitando que las zonas despobladas fueran aprovechadas por enemigos del imperio o por colonos extranjeros.

Las consecuencias fueron devastadoras en el sentido más literal:

  1. La ejecución de la orden entre 1605 y 1606 obligó a miles de familias a abandonar tierras fértiles, casas construidas durante generaciones y una economía próspera basada en la ganadería y el comercio.
  2. Se produjo una pérdida masiva de riquezas ganaderas, la destrucción de ingenios azucareros y una hambruna que diezmó a la población. Muchos prefirieron emigrar a otras colonias antes que someterse al traslado forzoso.


Paradójicamente, la desocupación del occidente facilitó exactamente lo que España quería evitar: la instalación de colonos franceses e ingleses, que ocuparon las zonas abandonadas y establecieron bases comerciales y de piratería aún más efectivas.

Esta medida extrema fue un factor clave en la posterior división de la isla en dos colonias bajo la influencia de Francia y España, sentando las bases para el surgimiento de lo que serían Haití y la República Dominicana.

Dado este panorama es fácil colegir que las Devastaciones de Osorio representaron el primer gran abandono sistemático de territorio dominicano por parte de España. Fue la primera vez que la metrópoli sacrificó conscientemente una parte de la colonia, demostrando que para Madrid éramos prescindibles. Esta lección no se olvidaría: los criollos dominicanos aprendieron que España estaba dispuesta a destruir antes que perder el control, y que su bienestar no era una prioridad imperial.

3. El abandono definitivo: de Basilea a la España Boba


El punto de inflexión llegó en 1795 con el Tratado de Basilea. España, derrotada por la Francia revolucionaria en la Guerra de los Pirineos, cedió Santo Domingo a cambio de recuperar territorios europeos más valiosos como los Pirineos Orientales. El mensaje era claro: la antigua Primada de América había perdido todo valor estratégico.

La cesión no fue inmediata; Francia no tomó control efectivo hasta que en el 1801 bajo las ordenes de Toussaint Louverture, líder de la exitosa revolución haitiana transformó la parte occidental de la isla en esa entonces poderosa nación negra independiente expulsando a los franceses de esas tierras mientras el general francés Louis Ferrand administraba el territorio dominicano hasta 1808, cuando murió en combate durante los levantamientos contra el dominio francés. 

En 1809, durante la Guerra de Independencia Española contra Napoleón, los criollos dominicanos reconquistaron la isla en la llamada "Reconquista", pero este retorno fue más simbólico que real. España, devastada por la invasión napoleónica, carecía de recursos para sostener territorios ultramarinos secundarios. Así comenzó la "España Boba" (1809-1821): sin tropas, sin fondos y sin administración efectiva, la colonia se gobernaba a sí misma en la práctica, fomentando un proto-sentimiento de independencia entre los criollos.

Estos doce años de abandono fueron cruciales. Sin autoridad metropolitana efectiva, sin comercio regular con España, sin inversiones ni proyectos de desarrollo, los dominicanos aprendimos a vivir por nuestra cuenta. Y en esa soledad forzada comenzó a germinar algo nuevo: la conciencia de ser diferentes.

4. La formación de una identidad criolla única

A diferencia de México, Perú o Guatemala, donde sobrevivían grandes poblaciones indígenas con sus lenguas y tradiciones, en Santo Domingo los taínos habían desaparecido casi completamente en las primeras décadas de la colonización. De una población estimada en 500.000 taínos en 1492, quedaban menos de 500 para 1540, diezmados por enfermedades, encomiendas y guerras.

Esta tragedia demográfica tuvo una consecuencia inesperada: la identidad local se construyó sobre la base de criollos españoles, africanos esclavizados y sus mezclas, compartiendo todos el español como lengua y el catolicismo como religión. Sin tensiones étnicas profundas entre criollos e indígenas —porque estos últimos ya no existían como grupo diferenciado—, la sociedad dominicana desarrolló una homogeneidad relativa basada en hatos ganaderos y un mestizaje cultural que incorporaba elementos africanos y europeos.

Esta población comenzó a percibir su tierra no como una extensión de España, sino como un espacio propio con costumbres únicas: el juego de gallos, la devoción a la Virgen de la Altagracia y una resiliencia forjada en el aislamiento. Eran españoles de origen, pero españoles de esta tierra específica. Influenciados por las ideas ilustradas que filtraban desde Europa y las revoluciones americana (1776) y francesa (1789), los criollos empezaron a cuestionar su lealtad a una corona distante que los había abandonado.

5. El panorama político: entre la nostalgia y la dependencia

Cuando llegó la crisis de independencia en América, los criollos dominicanos se dividieron en varias corrientes, pero casi nadie contemplaba la independencia total como opción viable. La idea dominante era que un territorio pequeño, pobre y amenazado por Haití necesariamente debía buscar protección externa.

Los hispanistas conservadores, liderados por Pedro Santana, creían que el regreso a España como provincia ultramarina era la única garantía de orden y prosperidad. Para ellos, la tradición española significaba civilización frente al "caos" republicano. Santana materializó esta visión con la anexión voluntaria a España en 1861, que duró hasta la Guerra de la Restauración (1863-1865), cuando los dominicanos expulsaron definitivamente a las tropas españolas.

Los europeístas pragmáticos, como Buenaventura Báez en sus primeras etapas, buscaban la protección de potencias como Francia o Inglaterra. Argumentaban que solo bajo el paraguas de una gran potencia europea se podía garantizar el progreso económico y la defensa regional. Báez promovió el Plan Levasseur en 1843, una propuesta de protectorado francés que fue rechazada por los trinitarios, quienes defendieron la soberanía nacional.

Los anexionistas americanos consideraban que la unión con Colombia, Venezuela o Estados Unidos ofrecía mejores perspectivas que el aislamiento. José Núñez de Cáceres había intentado esta vía en 1821 con la "Independencia Efímera", proclamando el "Haití Español" bajo protección colombiana, pero Bolívar nunca estuvo de acuerdo con la idea. Sin embargo, este intento careció de verdadero sentimiento patriótico y sucumbió rápidamente cuando Jean Pierre Boyer ocupó pacíficamente toda la isla en 1822, iniciando la dominación haitiana que duraría 22 años.

Esta fragmentación ideológica reveló la ausencia de una identidad nacional consolidada y la percepción generalizada de vulnerabilidad territorial que dio paso al fervor de un visionario (Duarte), dispuesto a hacer uso de todos sus recursos para lograr su mas grande ideal de toda su vida: declarar una nación libre e independiente. 

6. El contexto regional: entre Bolívar y Haití

El aislamiento dominicano se agravó por las circunstancias regionales. Mientras México, Centroamérica y Sudamérica luchaban por su independencia con apoyo mutuo e inspiración bolivariana, Santo Domingo quedó completamente fuera de estos movimientos.

Simón Bolívar nunca mostró interés real en integrar a Santo Domingo a su proyecto de Gran Colombia. Durante el Congreso de Panamá (1826), el Libertador ignoró la isla, considerándola un territorio marginal, más problema que solución para sus ambiciones continentales. España, debilitada tras las guerras napoleónicas, no podía ofrecer apoyo efectivo, mientras que potencias como Francia e Inglaterra veían la isla como un peón estratégico menor, útil solo para contrarrestar la expansión estadounidense bajo la Doctrina Monroe (1823).

Por otro lado, Haití representaba un caso único: una república negra nacida de una revolución de esclavos que había logrado mantener su independencia frente a Francia y controlaba toda la isla desde 1822. Para los criollos dominicanos, Haití era simultáneamente una amenaza cultural y una demostración de que la independencia era posible, incluso en condiciones adversas.

Esta combinación de aislamiento internacional y ocupación haitiana empujó a los dominicanos hacia una solución propia y original, sin modelos externos claros que seguir. El resentimiento por el abandono español y la dominación haitiana catalizó el movimiento independentista que Duarte y los trinitarios supieron capitalizar, organizando las conspiraciones que culminaron en la separación de 1844.

7. La visión revolucionaria de Duarte


En este panorama de dependencia asumida, Juan Pablo Duarte representó una ruptura intelectual radical. Su propuesta no era simplemente anti-haitiana, sino profundamente anti-colonial: una república independiente, soberana y libre de toda tutela extranjera.

Duarte había viajado a Europa en su juventud y conocido las ideas liberales que transformaban el continente. Pero a diferencia de muchos criollos americanos que veían en Europa un modelo a imitar bajo protección europea, Duarte entendió que esas mismas ideas podían sustentar una nación completamente independiente.

En 1838, tras años de reflexión, fundó La Trinitaria con una metodología conspirativa precisa: "Esta sociedad se llamará la Trinitaria, porque se compondrá de nueve miembros fundadores, que formarán bajo juramento una base triple de tres miembros cada una". No era solo una conspiración contra Haití, sino la siembra de una idea revolucionaria: los dominicanos podían y debían gobernarse a sí mismos.

El juramento que exigía a cada trinitario era categórico en su ambición: "cooperar con mi persona, vida y bienes a la separación definitiva del gobierno haitiano, y a implantar una República libre e independiente de toda dominación extranjera que se denominará República Dominicana". Su lema "Dios, Patria y Libertad" sintetizaba un proyecto nacional autónomo: cristiano pero republicano, patriótico pero libre, sin tutelas externas de ningún tipo.

Esta visión era tan original que incluso muchos de sus seguidores iniciales la consideraron utópica. Pero Duarte persistió, convencido de que una nación no se define por su tamaño o riqueza, sino por la voluntad de sus habitantes de vivir libres. En un continente donde la independencia se buscaba bajo protección de grandes potencias, él propuso algo inédito: la soberanía absoluta como único camino digno.

8. 1844: el nacimiento de una nación

El 27 de febrero de 1844, con el trabucazo de Matías Ramón Mella en la Puerta del Conde, nació la República Dominicana. No fue un acto improvisado, sino la culminación de años de conspiración, debate y preparación ideológica.

Los trinitarios habían logrado algo extraordinario: convencer a suficientes dominicanos de que podían vivir sin amos externos. Ni España, ni Francia, ni Inglaterra, ni Estados Unidos. Tampoco Haití, obviamente. Solo ellos mismos, con sus propias leyes, su propia bandera y sus propias instituciones.

La nueva república enfrentó de inmediato amenazas existenciales: invasiones haitianas, conspiraciones anexionistas, pobreza extrema y divisiones internas. Pero el principio estaba establecido: los dominicanos habían elegido la libertad, con todos sus riesgos, por encima de la seguridad que ofrecía la dependencia.

9. Las décadas de consolidación

Los años posteriores a 1844 fueron un laboratorio político agotador. Santana y Báez se alternaron en el poder, representando las tentaciones anexionistas que Duarte había rechazado. La anexión a España (1861-1865) y los intentos de protectorado estadounidense mostraron que la independencia no era un logro definitivo, sino una conquista que había que defender constantemente.

Pero cada experimento con la dependencia reforzó, paradójicamente, la conciencia nacional. Los dominicanos aprendieron por experiencia propia que ninguna potencia extranjera los entendería mejor que ellos mismos, y que la libertad, aunque costosa, era preferible a la protección interesada.

La Guerra de la Restauración (1863-1865) fue especialmente decisiva. Al expulsar a las tropas españolas, los dominicanos demostraron que estaban dispuestos a morir por una patria que muchos consideraban inviable.

De la indiferencia al orgullo


La historia dominicana es paradójica: fuimos la primera colonia española en América, pero también una de las primeras en ser abandonadas. Ese abandono, que pudo haber sido nuestro fin, se convirtió en nuestra salvación.

Mientras otras colonias luchaban contra imperios poderosos y presentes, nosotros tuvimos que luchar contra la indiferencia y el olvido. Y en esa lucha aprendimos algo fundamental: que una nación no se construye con oro ni con protección externa, sino con la voluntad de un pueblo de vivir libre.

Duarte y los trinitarios no solo nos dieron la independencia; nos dieron la idea de que merecíamos ser independientes. Transformaron el complejo de abandono en orgullo nacional, la marginación en originalidad, la debilidad en fortaleza moral.

Hoy, conociendo todas nuestras etapas republicanas y contemplando de manera revisora todos los acontecimientos acaecidos en estos 48,442 km2 podemos decir con un corazón agradecido que nunca habíamos estado mejor que nunca: como nación, como democracia, como republica. 

Hoy, más de 180 años después, seguimos siendo una nación pequeña en un mundo de gigantes. Pero somos una nación libre, orgullosa de su historia y segura de su identidad. Somos la República Dominicana: el país que nació cuando aprendió a quererse a sí mismo.

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