El reciente artículo de Inés Aizpún en Diario Libre, titulado "Leer no es normal", ha generado un debate que vale la pena atender con calma. Más allá de las reacciones inmediatas —algunas acusando de clasismo, otras defendiendo el análisis— hay una conversación profunda que merece nuestra atención: ¿qué está pasando con nuestra capacidad de leer, y qué significa eso para nuestro futuro como sociedad?
La paradoja de nuestro tiempo
Vivimos una contradicción fascinante: nunca antes habíamos tenido tanto acceso a información, y sin embargo, nuestra capacidad de procesarla profundamente parece estar en declive. No es un juicio moral; es una observación que cualquier profesor universitario, librero o padre de adolescentes puede confirmar desde su experiencia diaria.
Hans Huehn, citado en la columna, plantea algo que en principio suena provocador: leer no es una actividad natural para el ser humano. Requiere tres componentes que no son automáticos:
- Alta motivación - querer hacerlo
- Capacidad de concentración - poder sostener la atención
- Esfuerzo mental y físico - la disposición a trabajar cognitivamente
Y aquí viene la parte controversial: Huehn sugiere que estas tres condiciones son cada vez más difíciles de reunir en un mundo saturado de estímulos inmediatos. No porque las personas sean "tontas" o "flojas", sino porque vivimos en un ecosistema de atención diseñado para fragmentar nuestra capacidad de concentración.
Cuando leemos, nuestro cerebro realiza una operación extraordinariamente compleja. Debe silenciar otros sentidos, sostener la atención en símbolos abstractos, decodificarlos, construir significados, retener contexto, hacer conexiones. Es un trabajo arduo. Y en una cultura de gratificación instantánea, ese esfuerzo se siente, efectivamente, como algo "anómalo".
El contexto dominicano: una mirada honesta
Aquí debemos hacer una pausa para contextualizar. Y esto requiere honestidad: República Dominicana nunca ha sido una sociedad con cultura lectora robusta. No es un insulto ni una descalificación; es historia documentada que cualquier análisis serio debe reconocer.
Las razones son múltiples y complejas. Tenemos un sistema educativo que históricamente ha privilegiado la memorización sobre la comprensión. Hemos tenido generaciones de estudiantes que aprendieron a decodificar palabras sin aprender a interpretarlas, a analizar textos, a conectar ideas. La lectura se asoció con obligación escolar, no con herramienta de pensamiento ni con placer.
Cuando participamos en pruebas internacionales como PISA, los resultados en comprensión lectora han sido consistentemente bajos. No porque nuestros jóvenes sean menos inteligentes, sino porque el sistema no les ha enseñado a leer en el sentido profundo del término.
Entonces, cuando el artículo sugiere que la lectura puede estar convirtiéndose en actividad de élites, no está describiendo un fenómeno nuevo. Está evidenciando que, en la era digital, una brecha que ya existía se está profundizando.
Una distinción que debemos entender
Parte de la confusión en el debate surge de no distinguir entre dos cosas diferentes:
Acceso a información es poder obtener un libro, un artículo, un documento. Y en eso hemos avanzado enormemente. Cualquier persona con un teléfono puede descargar miles de libros, acceder a Wikipedia completa, ver conferencias de las mejores universidades. Esto es un logro civilizatorio genuino.
Capacidad de procesamiento es poder sentarse con ese material y comprenderlo profundamente. Sostener la atención, conectar ideas, formar juicios propios, retener conocimiento. Esto no ha mejorado automáticamente con el acceso; en muchos sentidos, se ha dificultado.
Imaginen dos estudiantes con el mismo libro en sus pantallas. Uno puede leer 45 minutos concentrado, tomando notas mentales, haciendo conexiones. El otro no puede pasar de 10 minutos sin revisar notificaciones, y cuando lee, no retiene. Ambos tienen el mismo acceso, pero no la misma capacidad.
Esta distinción es fundamental. No es clasismo señalarla; es el primer paso para poder hacer algo al respecto.
¿Por qué leer se ha vuelto difícil?
Profundicemos en esto, porque es el corazón del asunto.
El cerebro lector no es natural
Los neurocientíficos nos dicen algo fascinante: el cerebro humano no evolucionó para leer. La lectura es una invención cultural reciente (apenas 5,000 años), y cada persona debe entrenar su cerebro para hacerlo.
Cuando aprendemos a leer, literalmente creamos nuevas conexiones neuronales. El cerebro "recicla" áreas diseñadas para otras cosas (reconocer objetos, por ejemplo) y las reprograma para decodificar símbolos escritos.
Este proceso requiere:
- Años de práctica deliberada (por eso se enseña en la escuela)
- Ejercicio sostenido (como un músculo que se atrofia sin uso)
- Condiciones ambientales apropiadas (tiempo, silencio, ausencia de distracciones)
La raíz más profunda: el ecosistema afectivo de la lectura
Si buscamos entender por qué la lectura no ha arraigado profundamente en nuestra cultura, encontramos algo revelador: la lectura necesita un ecosistema afectivo para florecer. No basta con tener escuelas y bibliotecas. Hace falta que la lectura sea parte del tejido familiar, que sea un valor transmitido generacionalmente, que esté asociada con momentos de afecto y descubrimiento.
Las sociedades con fuerte tradición lectora comparten algo: familias donde se lee, donde los libros son parte del paisaje cotidiano, donde ver a un adulto leyendo es normal. En esos contextos, la escuela refuerza; no tiene que crear desde cero.
En nuestro caso, hemos delegado casi completamente la alfabetización al sistema escolar. Y cuando la familia no acompaña ese proceso, cuando no hay libros en casa, cuando no hay adultos que lean como modelos, el trabajo del maestro se vuelve heroico pero insuficiente.
Lo digo desde experiencia personal: me enamoré de la lectura a los seis años, no porque me obligaran, sino porque descubrí algo mágico en combinar letras y formar palabras. Ese asombro infantil me llevó a escribir mis primeras "historias" a los ocho años. Pero tuve la fortuna de crecer en un ambiente donde eso era posible, donde había libros disponibles, donde leer era valorado.
Muchos niños dominicanos no tienen esa fortuna. No es su culpa. Es una deuda histórica que arrastramos como sociedad.
El nuevo paisaje: cuando la distracción es el ambiente
Ahora, a este déficit histórico, sumemos un factor nuevo: vivimos en un ecosistema diseñado para fragmentar nuestra atención.
Las plataformas digitales modernas no son neutrales. Instagram, TikTok, YouTube están diseñadas por equipos especializados en "captación de atención". Utilizan principios de psicología conductual para mantenernos enganchados. No es accidente; es ingeniería deliberada.
Cada scroll activa una pequeña dosis de dopamina. Nuestro cerebro aprende: acción simple = recompensa inmediata. Y se entrena en esa dirección. El problema es que la lectura pide exactamente lo opuesto: esfuerzo sostenido, gratificación diferida, tolerancia a la ambigüedad.
No es juicio moral sobre quienes usan estas plataformas. Es descripción de una realidad: estamos siendo entrenados neurológicamente en la dirección contraria a la lectura profunda.
Y los efectos son observables. Profesores reportan que estudiantes universitarios tienen dificultad para leer textos largos. Incluso lectores experimentados notan que les cuesta más concentrarse que hace una década. No es porque "la gente de ahora sea floja"; es porque el ambiente en que vivimos es hostil a la concentración.
Sobre el supuesto "clasismo" del artículo
El artículo no hace esa afirmación. Lo que plantea es una advertencia: si no hacemos algo, la capacidad de leer profundamente se puede concentrar en grupos cada vez más pequeños. No por diseño malicioso, sino por confluencia de factores.
Cuando dice que "las élites serán los que sepan leer", no está celebrando esa posibilidad. Está alertando sobre ella. La diferencia es importante.
Pensemos en qué significa esto prácticamente. Los trabajos que requieren lectura profunda —abogados analizando contratos, médicos leyendo estudios científicos, ingenieros consultando documentación técnica— tienden a ser mejor remunerados. Los trabajos que no la requieren tienden a ser más precarios.
Si la capacidad lectora se concentra en ciertos grupos, ¿qué pasa con la movilidad social? ¿Qué pasa con la democracia cuando solo algunos pueden leer críticamente las propuestas políticas? Estas son preguntas legítimas, no ataques clasistas.
La observación central es esta: en la sociedad actual, el verdadero privilegio no es necesariamente tener dinero, sino poder concentrarse, leer críticamente y pensar con autonomía. Y esa capacidad se está volviendo rara.
Entendiendo las reacciones
Algunos comentarios decían: "¡Aprender nunca había sido tan fácil! Quien no aprende hoy es porque no quiere". Esta reacción es comprensible pero confunde niveles.
Si por "aprender" entendemos ver videos cortos, leer hilos de Twitter, escuchar podcasts mientras hacemos otras cosas, entonces sí, es "más fácil" exponerse a información.
Pero si por "aprender" entendemos desarrollar comprensión profunda, poder conectar ideas complejas, formar juicios fundamentados, retener conocimiento a largo plazo, eso todavía requiere el trabajo cognitivo arduo de la lectura sostenida. Y ese tipo de aprendizaje no es automáticamente "más fácil" porque tengamos internet.
Otros comentarios fueron más certeros, señalando que el artículo trata sobre la pérdida de atención y comprensión lectora, no sobre exclusión social por clase económica.
La élite involuntaria
En mi propio comentario en el post original, señalé algo que quizás captura bien el espíritu del asunto: hay más acceso a información que nunca, pero también menos atención para procesarla. Y cuando logras mantener hábitos de lectura y análisis, te conviertes en parte de "un grupo raro" sin proponértelo.
No es una élite por dinero o por diseño. Es una élite por capacidad y disciplina. Y se está volviendo pequeña porque el entorno no favorece esas prácticas.
Eso no significa que sea imposible leer si eres de clase trabajadora. Significa que es más difícil cuando trabajas dos empleos, vives en un espacio pequeño y ruidoso, tu educación previa fue deficiente, y no tienes modelos cercanos.
Que algunas personas lo logren a pesar de todo es admirable. Pero el análisis social se hace sobre patrones, no sobre excepciones. Y el patrón es preocupante.
¿Qué podemos hacer?
Llegados a este punto, la pregunta no es solo entender el problema, sino pensar en respuestas posibles.
A nivel individual, podemos:
- Reconocer honestamente nuestra propia relación con la concentración (¿cuánto tiempo podemos leer sin interrupciones?)
- Practicar lo que algunos llaman "higiene de atención" (momentos del día sin pantallas, espacios dedicados a lectura)
- Empezar con metas modestas pero consistentes (10 minutos diarios de lectura pueden crecer naturalmente)
- Leer sobre temas que genuinamente nos interesen, no por obligación
A nivel familiar, podemos:
- Recuperar la lectura como práctica compartida (leer con los niños, no solo para ellos)
- Tener libros visibles en casa, parte del paisaje cotidiano
- Modelar el comportamiento: que los niños nos vean leyendo
- Conversar sobre lo que leemos, hacer de la lectura algo social y afectivo
A nivel educativo, necesitamos:
- Reformar desde primaria cómo se enseña a leer (comprensión sobre decodificación)
- Formar maestros que sean buenos lectores ellos mismos
- Crear programas de remediación para quienes llegaron a la universidad sin haber aprendido realmente a leer
- Evaluar comprensión genuina, no memorización
A nivel cultural, podemos:
- Normalizar la lectura en espacios públicos
- Promover referentes que lean y hablen de lo que leen
- Crear clubes de lectura comunitarios, accesibles, sin intimidación
- Hacer de las ferias del libro eventos más frecuentes y diversos
Una pregunta más amplia
Todo esto nos lleva a una reflexión más honda: ¿qué tipo de sociedad queremos ser?
Hay algo que se pierde cuando perdemos la capacidad de lectura profunda. No solo oportunidades económicas individuales, sino algo más fundamental:
- La capacidad de pensar pensamientos complejos y matizados
- La posibilidad de empatizar con perspectivas alejadas de nuestra experiencia inmediata
- El ejercicio de la paciencia intelectual, de tolerar la ambigüedad
- El placer de la contemplación sostenida
Estas no son capacidades anticuadas o elitistas. Son parte de lo que nos hace plenamente humanos.
Y recuperarlas ofrece beneficios concretos:
- Individuos con mayor capacidad de análisis y mejores decisiones
- Ciudadanos más críticos frente a información manipulada
- Una democracia más robusta donde las personas puedan evaluar propuestas complejas
- Una economía que puede sofisticarse porque tiene capital humano preparado
El artículo original tiene razón en algo fundamental: en el contexto actual, leer con profundidad es casi un acto de resistencia cultural. Resistencia contra:
- La fragmentación de nuestra atención
- La superficialidad del contenido instantáneo
- La manipulación por sobreabundancia de información vacía
- La pérdida de capacidad de pensamiento autónomo
No es nostalgia por un pasado idealizado. En República Dominicana, ese "pasado dorado" de lectura nunca existió. Es, más bien, un llamado a construir algo que siempre nos ha faltado.
Este texto no pretende regañar a nadie por no leer. No pretende generar culpa ni señalar individuos. Pretende invitar a una reflexión colectiva sobre algo que nos afecta a todos. La pregunta no es si eres "bueno" o "malo" por leer o no leer. La pregunta es: ¿entendemos lo que está pasando?
Porque no se trata solo de acceder a un libro. Se trata de poder sentarte, en calma, con ese libro durante media hora. Y si descubres que no puedes, enfrentar la pregunta incómoda: ¿me importa recuperar esa capacidad? Si la respuesta es sí, hay camino. No es fácil, pero existe. Y comienza por reconocer con honestidad dónde estamos parados. La lectura sigue siendo la vía más directa para comprender el mundo. Pero sobre todo, para no ser manipulados por él.. Quizás ese sea el mejor argumento para defenderla: no como lujo cultural, sino como herramienta de libertad.
Referencias
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