Reflexiones sobre la incoherencia performativa en las redes sociales
Hay algo peculiarmente revelador en la forma en que nos comunicamos en redes como X. No me refiero solo al lenguaje fragmentado o a la velocidad con la que consumimos información, sino a algo más profundo: la ironía se ha convertido en nuestro escudo predeterminado, y en ese proceso, hemos perdido la capacidad de reconocer nuestras propias contradicciones.
Hace poco me topé con una publicación que decía: "¡Líbrame Señor de las personas que publican versículos bíblicos en redes sociales! Repitan conmigo. Amén." El tono era claramente burlón, una especie de performance satírica que invitaba a otros a unirse al escarnio. Y sin embargo, ahí estaba: una invocación religiosa —"¡Líbrame Señor!"— usada precisamente para ridiculizar a quienes invocan a ese mismo Señor.
El problema no es la Biblia, sino la hipocresía... ¿o las dos cosas?
Mi primera reacción fue preguntarme: ¿qué es exactamente lo que molesta aquí? ¿Es la práctica de compartir versículos bíblicos? ¿O es la sospecha de que quienes lo hacen no viven según lo que predican? Porque hay una diferencia enorme entre ambas críticas.
Si el problema es la hipocresía, entonces estamos ante una cuestión moral legítima: la incongruencia entre discurso y acción. Nada más corrosivo para cualquier sistema de valores —religioso o secular— que la impostura. La gente que cita a Jesús en Twitter mientras practica crueldad en su vida cotidiana merece ser cuestionada.Pero si el problema es la religión misma, o su expresión pública, entonces estamos ante otro debate: el del espacio que debe (o no) ocupar lo sagrado en las plazas digitales del siglo XXI. Y ese es un terreno más complejo, donde las convicciones personales chocan con la libertad de expresión y la pluralidad ideológica.
La ironía del comentario original es que no elige. Se mantiene en una ambigüedad cómoda, donde puede burlarse sin comprometerse realmente con una postura. Y ahí radica su eficacia retórica... y también su vacío.
¿A qué Señor invocas?
Esta fue mi pregunta. Y no la hice para ser provocador (bueno, quizás un poco), sino porque me pareció que ilustraba perfectamente la contradicción central de mucho del discurso contemporáneo en redes sociales.
Cuando usamos el lenguaje de aquello que supuestamente rechazamos —cuando invocamos a un "Señor" en tono sarcástico para burlarnos de quienes lo invocan sinceramente— estamos admitiendo algo importante: ese lenguaje sigue teniendo poder. De otro modo, ¿por qué recurrir a él?
Es como el ateo que jura "por Dios" en momentos de sorpresa, o el anticapitalista que usa frases como "invertir en uno mismo" sin ironía. Los símbolos culturales son persistentes; sobreviven incluso en los discursos que intentan desmontarlos.
Pero aquí hay algo más: la ironía nos permite habitar dos espacios simultáneamente. Podemos burlarnos de la religiosidad pública mientras usamos su liturgia. Podemos criticar la superficialidad de las redes mientras construimos nuestra identidad en ellas. La ironía es el mecanismo perfecto para evitar la responsabilidad discursiva.
El refugio de la ambigüedad
En las redes sociales, especialmente en X, nadie quiere ser atrapado defendiendo algo con demasiada seriedad. La sinceridad se ha vuelto vulnerable, casi ingenua. Por eso nos refugiamos en capas de sarcasmo, memes y distancia irónica. Es más seguro burlarse que afirmar.
Pero este refugio tiene un costo: nos volvemos incapaces de construir argumentos sólidos. Todo se reduce a réplicas ingeniosas, a ver quién tiene la respuesta más "citable". El debate se convierte en un torneo de golpes retóricos, donde lo que importa no es la verdad o la coherencia, sino el aplauso del público.
Y lo más curioso es que, en ese proceso, terminamos reproduciendo exactamente aquello que criticamos. Si nos molesta la superficialidad de publicar versículos bíblicos sin reflexión, ¿qué tan diferentes somos cuando publicamos críticas sin fundamento, solo por el placer de la burla colectiva?
Hipocresía performativa
Creo que hemos entrado en una era de lo que podríamos llamar "hipocresía performativa": actuamos nuestras convicciones sin necesariamente sostenerlas, y criticamos las actuaciones ajenas sin reconocer las propias.
La persona que publica versículos bíblicos tal vez solo busca consuelo, o compartir algo que le da sentido. Puede que sea hipócrita, o puede que simplemente sea humana —imperfecta, tratando de vivir según ideales que no siempre alcanza. ¿No hacemos todos lo mismo en algún nivel?
Y quien se burla de esa persona, ¿desde qué pedestal lo hace? ¿Desde una postura intelectual consistente y bien fundamentada? ¿O desde la comodidad de la ironía, que nunca exige coherencia porque nunca afirma nada en serio?
Una invitación incómoda
No escribo esto para defender ciegamente la religiosidad en redes sociales, ni para atacar el escepticismo. Escribo porque creo que necesitamos recuperar la honestidad discursiva, aunque eso implique ser vulnerables.
Si vas a criticar algo, hazlo desde una posición clara. Si te molesta la hipocresía, asegúrate de no estar cayendo en ella. Y si usas ironía, reconoce que es solo eso: una herramienta retórica, no un argumento.
Porque al final, la pregunta sigue siendo la misma: ¿a qué Señor invocas cuando hablas? ¿Al de la coherencia y la sinceridad, o al de la aprobación efímera de una audiencia digital que olvidará tu comentario en cinco minutos?
La respuesta debería importarnos más de lo que pensamos.