“I think he’s the best athlete I’ve ever seen play basketball.” - Bob Knight on Michael Jordan in 1984 before MJ played an NBA game
— Jeff Eisenband (@JeffEisenband) November 1, 2023
You’re going to see a lot of videos of Bob Knight throwing chairs and yelling at players. But don’t forget, he knew ball. pic.twitter.com/09dUaHD8wA
LA PROFECÍA
Cuando Bob Knight vio el futuro del baloncesto
Hay momentos en el deporte que trascienden el tiempo.
Instantes donde el presente y el futuro se entrelazan de manera inexplicable,
donde alguien tiene la clarividencia de ver lo que nadie más puede imaginar. El
10 de agosto de 1984, en el Forum de Inglewood, después de que Estados Unidos
aplastara a España 96-65 para conquistar la medalla de oro olímpica, Bob Knight
pronunció palabras que resonarían por los siglos de los siglos.
No era una corazonada. No
era optimismo de entrenador. Era certeza absoluta.
El verano que cambió todo
Michael Jeffrey Jordan había
llegado a ese verano olímpico como una joven promesa de Carolina del Norte,
recién seleccionado tercero en el draft de la NBA por los Chicago Bulls. Nadie
sabía que estaban presenciando el nacimiento de una leyenda. Nadie, excepto
quizás el hombre que lo había sometido a su férreo régimen durante esos meses:
Bobby Knight.
Knight, el legendario
entrenador de Indiana conocido por su temperamento volcánico y su obsesión por
la perfección, había llevado a Jordan al límite. Lo había hecho llorar después
de un partido contra Alemania Occidental, exigiéndole que se disculpara con sus
compañeros por seis balones perdidos. "Deberías estar avergonzado de cómo
jugaste", le gritó frente a todo el equipo.
Pero esa dureza no era
crueldad. Era el cincel del escultor, removiendo todo lo superfluo para revelar
la obra maestra que había dentro. Y Knight lo sabía. Lo había visto. Lo había
tocado con sus propias manos durante cada entrenamiento, cada partido, cada
momento de ese verano dorado.
Las palabras que definieron una era
Y entonces, con las cámaras
rodando y los periodistas tomando nota, Bob Knight miró al futuro y habló con
una convicción que helaría la sangre:
"Es un chico absolutamente extraordinario. Si tuviera
que elegir a los tres o cuatro mejores atletas que he visto jugar baloncesto,
él estaría entre ellos. Creo que es el mejor atleta que he visto jugar
baloncesto, sin excepción. Si tuviera que elegir a las personas con mejor
habilidad que he visto jugar, él estaría entre ellos. Si tuviera que elegir a
los mejores competidores que he visto jugar, él estaría entre ellos."
"En las categorías de competitividad, habilidad,
destreza y capacidad atlética: él es el mejor atleta, es uno de los mejores
competidores, es uno de los jugadores más hábiles. Eso, para mí, lo convierte
en el mejor jugador de baloncesto que he visto jugar."
Piénsalo por un momento. Michael Jordan no había jugado
ni un solo minuto en la NBA. No había hecho el tiro flotante
sobre Ehlo. No había anotado 63 puntos contra los Celtics. No había conquistado
seis anillos. No había protagonizado Space Jam. No era todavía "Su
Majestad". Era simplemente un chico de 21 años que acababa de ganar una
medalla de oro.
Y Bob Knight ya lo había
declarado el mejor de todos los tiempos.
El ojo que todo lo ve
¿Qué vio Knight que otros no
vieron? Había entrenado contra Jordan en el torneo NCAA de 1984, cuando su
Indiana derrotó a Carolina del Norte. Había pasado meses observándolo en las
pruebas olímpicas, corrigiéndolo, moldeándolo. Había visto cómo Jordan lideraba
al equipo en cada categoría estadística, rodeado de futuros Hall of Famers como
Patrick Ewing y Chris Mullin.
Pero más que números, Knight
había visto algo intangible. Había visto a un joven que, después de ser
humillado públicamente, dejaba una nota en la pizarra del vestuario antes de la
final: "Entrenador: No te preocupes. Hemos aguantado demasiada mierda para
perder ahora." Knight guardó ese papel. Lo conservó durante décadas.
Había visto a un jugador tan
especial que incluso le hizo cambiar de opinión sobre principios fundamentales
del baloncesto. Knight, el purista, el tradicionalista, le gritaba a Jordan por
dejar sus pies antes de pasar. "Fundamentalmente, no debes dejar tus pies
para pasar", insistía. Pero Jordan nunca perdía el balón. "Hicimos un
trato", recordaría Chris Mullin. "Cuando perdiera el balón, tenía que
dejar de hacerlo. Nunca lo perdió. Era así de bueno. Incluso cambió la forma de
pensar de Bobby Knight."
Profecía cumplida
Los años que siguieron
validarían cada sílaba de las palabras de Knight. Seis campeonatos. Cinco MVPs.
Catorce All-Star Games. El tiro sobre Russell en el 98. El "Flu
Game". Los 63 contra Bird y los Celtics. La década entera de dominación
absoluta que redefinió lo que significaba ser el mejor.
Pero lo verdaderamente
extraordinario no es que Knight tuviera razón. Lo extraordinario es que lo
supiera entonces, en ese momento preciso, cuando nadie más podía verlo.
Cuando Portland elegía a Sam Bowie segundo en el draft, Knight le había
suplicado a su amigo Stu Inman: "Ponlo de centro y será el mejor centro de
la liga."
No escucharon. Y la historia
los juzgó por ello.
Ecos en la eternidad
Cuarenta años después, esas
palabras reverberan con la misma potencia. En cada debate sobre el GOAT, en
cada comparación generacional, en cada argumento de bar deportivo, la profecía
de Knight permanece como un faro inquebrantable. Él lo vio primero. Él lo dijo
primero. Y tuvo razón.
Porque hay momentos que
trascienden el tiempo. Hay hombres que pueden ver el futuro en el presente. Y
hay verdades tan poderosas que, una vez pronunciadas, se graban en la eternidad
del deporte.
El 10 de agosto de 1984, Bob Knight no hizo una
predicción. Pronunció una profecía. Y la historia, como siempre, se inclinó
ante la verdad.
"El
mejor jugador de baloncesto que he visto jugar."