[RELACIONES Y PAREJA] Cuando el deseo se queda sin palabras: La historia de Marina y el colapso de su universo erótico
O cómo una crisis sexual puede ser, en realidad, una crisis de significado
Una noche del viernes, Marina soltó la bomba en nuestro chat grupal. No fue con eufemismos ni rodeos. Fue directo y crudo: "Ya no tengo ganas de coger con mi esposo y necesito que alguien me diga qué mierda me pasa".
El grupo se quedó en silencio. Esos tres puntos suspensivos parpadeando mientras todos pensábamos qué decir. Marina lleva seis años casada con José, un tipo que objetivamente —y ella misma lo reconoce— es "un buen partido". Alto, fuerte, guapo, estable. El clásico hombre que en papel lo tiene todo. Y sin embargo, ahí estaba ella, confesando que la sola idea de tener sexo con él le provocaba fastidio.
Lo interesante vino después, cuando empezó a detallar. Porque no era una historia de "me dolió la cabeza" o "estoy cansada". Era algo mucho más inquietante y, a la vez, revelador.
El juego que ya no se juega
"Antes me encantaba", escribió. "Me excitaba un montón. Jugábamos a que él era mi papá y yo su hija. Sé que suena raro, pero nos funcionaba. Ahora que lo hacemos ya no puedo ni venirme. Me dan ganas de gritarle que me deje de nalguear, que ya no me joda".
Ahí estaba la primera pista: el juego de roles.
Para quienes no están familiarizados con la dinámica del erotismo simbólico, hay que entender algo fundamental: hay personas cuyo deseo no se enciende tanto por estímulos puramente físicos (un cuerpo bonito, una caricia bien dada), sino por estructuras de significado. Su excitación vive en la narrativa, en lo que representa el encuentro sexual, en los roles que se escenifican, en la carga simbólica que se intercambia.
Marina era —o había sido— una de esas personas. Su motor erótico no era "José es guapo", sino "José significa algo en este juego que construimos juntos". En ese teatro íntimo donde ella era "la hija" y él "el padre", se desplegaba toda una arquitectura de poder, transgresión, protección, entrega. Una fantasía que funcionaba porque ambos habitaban esos símbolos, los hacían reales en el acto.
Pero algo se había roto. Y no en el cuerpo, sino en el símbolo.
La pregunta que nadie sabe responder
Lucía, siempre la más práctica del grupo, preguntó lo obvio: "¿Tomás antidepresivos?". Es una pregunta válida. Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina son famosos asesinos de libido. Pero Marina dijo que no.
Carlos, que estudió psicología, soltó algo más interesante: "Puede que estés haciendo un desplazamiento inconsciente. Algo más te está robando esa energía sexual y la estás drenando hacia otro foco".
Tenía razón, pero solo parcialmente. Porque lo que Carlos llamaba "desplazamiento" era apenas la superficie. El problema de Marina era más sutil y más profundo: una crisis semiótica del erotismo.
Suena técnico, lo sé. Pero déjenme explicarlo de la manera más clara posible.
El cerebro como órgano sexual: cuando los símbolos se apagan
Hay una frase trillada pero cierta: "el cerebro es el órgano sexual más importante". En el caso de Marina, esto era literal. Su deseo no dependía tanto de hormonas o estímulos táctiles, sino de significados. Y los significados, a diferencia de los cuerpos, son frágiles. Pueden cambiar, contaminarse, agotarse, o simplemente… apagarse.
Piénsenlo así: el erotismo basado en juegos de rol es puro constructo simbólico. Requiere:
- Significados compartidos: Ambos entienden qué significa cada gesto, cada palabra, cada acto dentro del juego.
- Suspensión voluntaria de la realidad: Aceptar que "él es papá, ella es hija" aunque obviamente no lo sean.
- Investimiento emocional en los símbolos: Creer lo suficiente en la fantasía como para que se active el deseo.
- Que esos símbolos mantengan su carga erótica: Que no pierdan potencia con el tiempo o por interferencias externas.
En la relación de Marina, esos cuatro pilares se sostuvieron durante años. Pero en algún momento —probablemente de forma gradual e imperceptible— empezaron a agrietarse.
El colapso: cuando el símbolo pierde su poder
Lo que Marina estaba experimentando no era "falta de ganas" en un sentido genérico. Era algo más específico: el símbolo había dejado de funcionar. El juego que antes la encendía ahora le generaba incomodidad, rechazo, fastidio.
¿Por qué pasa esto?
1. Desplazamiento externo
El mundo exterior se cuela. Estrés laboral, problemas económicos, dinámicas de poder que cambiaron en la relación real (no en el juego), tensiones familiares. Todo eso puede "contaminar" el espacio simbólico del erotismo. Si en la vida cotidiana José empezó a ejercer control de formas que Marina no deseaba, el juego de "padre dominante" puede volverse opresivo en lugar de excitante.
2. Resignificación interna
Los símbolos mutan. Lo que antes significaba "transgresión divertida" puede empezar a significar "sumisión incómoda". Marina mencionó que antes "se sentía como su hija", en pasado. Esa identificación se quebró. Quizás maduró, quizás se cansó de ese rol, quizás algo en su psique le está diciendo que ese juego ya no representa lo que ella necesita.
3. Disonancia cognitiva
Cuando el símbolo choca con la realidad emocional. Si Marina siente que José no la está entendiendo en otros aspectos de su vida, fingir intimidad en la cama se vuelve insostenible. El juego requiere complicidad real; si esa complicidad se daña fuera de la cama, el símbolo se vacía.
4. Fatiga simbólica
La repetición mata la magia. Los símbolos necesitan renovarse, reinterpretarse, evolucionar. Si el mismo guion se repite mecánicamente durante años, pierde su potencia. Ya no es una fantasía viva, es un ritual vaciado de sentido.
La paradoja del "buen partido"
Aquí está lo más revelador de la historia de Marina: ella misma reconoce que José es atractivo, que objetivamente es un "buen partido". Y sin embargo, no le despierta nada.
Esa brecha entre "reconozco que es atractivo" y "me atrae" es puramente simbólica, no física.
Analicemos su arquitectura erótica en dos niveles:
Nivel físico: José es guapo, está en forma, tiene un cuerpo que en teoría debería funcionar. ✓
Nivel simbólico: José ya no opera como objeto de deseo en su universo psíquico. ✗
Y aquí está el quid del asunto: si el motor erótico de Marina siempre vivió en el plano simbólico (la fantasía, la narrativa, el juego), entonces cuando ese plano colapsa, da igual qué tan guapo sea José. Él dejó de significar erotismo para ella.
Es como si Marina hubiera estado leyendo una novela fascinante durante años, y de pronto las palabras perdieran sentido. Las letras siguen ahí, objetivamente bellas en su forma, pero ya no le dicen nada. El texto se volvió ruido.
La pregunta que nadie le hizo
Cuando Marina terminó de desahogarse, todos dimos opiniones: que viera a un sexólogo, que revisara sus hormonas, que probaran cosas nuevas. Todas sugerencias válidas. Pero nadie le preguntó lo fundamental:
"¿En qué momento tu esposo dejó de ser personaje en tu fantasía y se convirtió solo en... esposo?"
Porque eso es lo que sugieren sus palabras. Una desimbolización del vínculo. José ya no es el "papi" del juego. Es solo José. Y José como José, sin la carga simbólica que antes lo envolvía, no le genera nada.
Es un fenómeno que va más allá de lo sexual. Es existencial. Marina no solo perdió el deseo sexual por su pareja; perdió la narrativa que daba sentido a su deseo.
No es un problema técnico, es hermenéutico
Aquí está la trampa en la que puede caer Marina (y tantas personas en su situación): buscar una solución técnica a un problema de significado.
Puede ir al sexólogo y recibir consejos sobre "cómo reavivar la pasión": cambiar de posiciones, probar juguetes, tener citas románticas, aumentar la frecuencia. Todo eso puede ayudar en ciertos casos. Pero si el problema es que el símbolo se rompió, ninguna técnica va a restaurar el deseo.
Porque no se trata de "cómo hacemos el amor", sino de "qué significa mi pareja para mí ahora". No es un problema de mecánica corporal, sino de interpretación, narrativa, sentido.
Es un problema hermenéutico: Marina necesita reinterpretar a José. Necesita construir un nuevo marco simbólico que le permita desearlo. O, alternativamente, necesita entender que quizás ese vínculo ya no puede generar erotismo porque se agotó en su dimensión significante.
Los caminos posibles
Después de tres horas de chat, Ale resumió algo importante: "Marina, creo que tu problema no es médico. Es que ya no sabes quién es José para ti. Y hasta que no resuelvas eso, no vas a poder desearlo".
Tenía razón. Los caminos que Marina tiene por delante no son fáciles, pero son claros:
1. Reconstrucción simbólica conjunta
Trabajar con José (idealmente con un terapeuta de pareja especializado en erotismo) para crear nuevos significados compartidos. No se trata de forzar el viejo juego, sino de explorar: ¿qué puede significar José ahora para Marina? ¿Qué fantasías nuevas pueden construir? ¿Qué otros roles, narrativas, dinámicas pueden explorar?
Esto requiere honestidad brutal y vulnerabilidad. Marina tendría que decirle a José: "El juego que teníamos ya no me funciona. Necesito que construyamos algo nuevo juntos".
2. Exploración introspectiva profunda
Marina necesita entender qué cambió en su mundo simbólico interno. ¿Qué significaba realmente ese juego para ella? ¿Qué necesidad emocional satisfacía? ¿Por qué dejó de hacerlo? ¿Hay conflictos no resueltos? ¿Resentimientos? ¿Transformaciones personales?
Esto puede requerir terapia individual. Porque a veces el problema no es la pareja, sino que la persona misma cambió y su deseo necesita reubicarse en una nueva configuración de su identidad.
3. Aceptación de la posibilidad de incompatibilidad erótica
Esta es la opción más difícil de contemplar, pero necesaria. A veces, dos personas son compatibles en muchos sentidos (como pareja, como padres, como compañeros de vida), pero erótica incompatibles. El deseo no se puede forzar. Si después de explorar honestamente, Marina descubre que ya no puede generar un vínculo erótico con José, tendrá que decidir: ¿pueden vivir sin esa dimensión? ¿Negocian apertura? ¿Terminan la relación?
No hay respuestas fáciles. Pero fingir deseo es insostenible a largo plazo.
El deseo no se manda
Lo que la historia de Marina nos enseña es algo que la cultura popular tiende a olvidar: el deseo no se manda. No es una decisión voluntaria. No es algo que se pueda generar por pura fuerza de voluntad o sentido del deber.
El deseo es una compleja red de significados, emociones, memorias, fantasías, símbolos. Vive en el territorio de lo inconsciente, de lo irracional, de lo que no controlamos. Y cuando se apaga, no basta con "intentarlo más" o "esforzarse".
Marina lo expresó con una honestidad desgarradora: "Me dan ganas de gritarle que ya no me joda". Ese rechazo visceral no es capricho ni maldad. Es su psique diciéndole: "Esto ya no significa lo que creías que significaba".
La pregunta abierta
La conversación del grupo terminó entrada la madrugada. Marina agradeció, dijo que iba a pensar. No sé si habrá buscado ayuda profesional, no sé si habrá hablado con José, no sé si habrán encontrado una salida.
Pero su historia me dejó pensando en algo: ¿cuántas personas viven crisis sexuales que en realidad son crisis de sentido? ¿Cuántos vínculos se rompen no porque falte amor o compromiso, sino porque los símbolos que sostenían el deseo se agotaron sin que nadie supiera cómo renovarlos?
El erotismo, al final, es un lenguaje. Y como todo lenguaje, necesita hablantes que compartan códigos, que actualicen los significados, que mantengan viva la conversación. Cuando ese lenguaje se vuelve incomprensible o vacío, el deseo se queda sin palabras.
Y una persona sin palabras para su deseo está, en el sentido más profundo, perdida.
Nota pedagógica final: Si te identificaste con Marina, considera esto: tu problema quizás no sea hormonal, ni técnico, ni siquiera relacional en el sentido superficial. Puede ser que estés viviendo una crisis semiótica del erotismo: los símbolos que daban sentido a tu deseo colapsaron. Y eso no se resuelve con consejos de revista, sino con trabajo profundo sobre significado, narrativa e identidad. Busca ayuda especializada. Y sobre todo, sé honesta contigo misma sobre lo que realmente significa tu pareja en tu universo simbólico. La respuesta puede ser incómoda, pero es el único camino hacia la verdad de tu deseo.