[SEXUALIDAD] La paradoja de la vergüenza: Cuando la infidelidad parece más digna que la masturbación
Hay una contradicción fascinante en nuestra cultura sexual que rara vez se discute abiertamente: existen personas —y no son pocas— que cruzan el umbral de la infidelidad con relativa facilidad, pero se estremecen ante la idea de masturbarse. Consideran el acto solitario como algo vergonzoso, humillante, casi patético, mientras que el engaño hacia su pareja, con todos sus riesgos de salud, emocionales y relacionales, les parece más tolerable. Incluso, en ciertos casos, casi heroico bajo el manto de la "pasión" o el "no pude evitarlo".
Esta inversión de valores merece una exploración más profunda porque revela las distorsiones que arrastramos sobre la sexualidad, la validación y la vergüenza.
El espejo que nadie quiere mirar
La masturbación es un acto de honestidad brutal consigo mismo. No hay narrativa romántica que la envuelva, no hay música de fondo dramática, no hay tercero que valide tu deseo. Es tu cuerpo, tu deseo, y tú. Punto. Y para muchas personas, esa desnudez psicológica es insoportable.
¿Por qué? Porque implica reconocer que tienes una sexualidad autónoma, independiente de ser deseado por otro. Y nuestra cultura, especialmente hacia las mujeres pero también hacia los hombres, ha construido la idea de que el deseo solo es legítimo cuando viene acompañado de validación externa. Ser deseado te hace valioso; desear por tu cuenta te hace... ¿qué? ¿Necesitado? ¿Insatisfecho? ¿Insuficiente?
La infidelidad, por el contrario, ofrece una salida narrativa. Hay otra persona involucrada que te eligió, que te buscó, que te validó. Puedes contarte historias: "Me enamoré", "Hubo química", "Me hizo sentir vivo otra vez". Son mentiras, por supuesto, pero son mentiras socialmente codificadas. El cine, la literatura, las canciones están repletas de infidelidades "románticas" que nos enseñaron a ver con cierta comprensión, incluso fascinación.
¿Cuántas películas has visto donde la masturbación se presenta con la misma complejidad emocional que una aventura extramarital? Exacto.
El legado de la histeria victoriana
No es casualidad que carguemos estas vergüenzas. Pero para entender la profundidad del problema, hay que rastrear sus raíces hasta mucho antes del siglo XIX.
La malinterpretación que lo inició todo
Durante siglos, una de las condenas más influyentes contra la sexualidad autónoma se construyó sobre una distorsión bíblica: el relato de Onán en Génesis 38. La historia es simple: Onán debía cumplir con el levirato, una ley judía que obligaba al cuñado a embarazar a la viuda de su hermano fallecido para darle descendencia. Onán se negó. Deliberadamente eyaculaba fuera durante el acto sexual (coitus interruptus) para evitar dejarla embarazada, porque el hijo no sería legalmente "suyo" sino de su hermano muerto.
Dios lo castigó, pero no por el acto sexual en sí. Lo castigó por traicionar su obligación familiar y social, por deshonrar la memoria de su hermano, y por usar a la mujer sin darle lo que la ley le debía: protección y descendencia. El pecado de Onán fue la traición, no la sexualidad.
Pero los teólogos cristianos, especialmente desde la Edad Media en adelante, malinterpretaron este pasaje dramáticamente. Lo convirtieron en una condena contra cualquier "desperdicio de semen". Primero atacaron el coitus interruptus. Luego extendieron la condena a cualquier acto sexual que no tuviera como fin la procreación. Y eventualmente, el término "onanismo" se convirtió en sinónimo de masturbación en textos religiosos y médicos, aunque el relato original no mencionaba nada de eso.
Esta distorsión religiosa, combinada con doctrinas ascéticas que veían el cuerpo y sus placeres como inherentemente pecaminosos, creó el terreno fértil para lo que vendría después.
Del púlpito al consultorio médico
En el siglo XIX, la medicina "secular" adoptó estas condenas religiosas y las revistió con lenguaje pseudocientífico. La masturbación dejó de ser solo un pecado teológico para convertirse en una "enfermedad médica" grave. Los periódicos de la época están repletos de advertencias apocalípticas.
En 1873, un periódico de Springfield presentó como evidencia en un juicio por asesinato que el acusado había sido internado en un asilo psiquiátrico por "causa: masturbación", equiparándola literalmente con la locura clínica. Las listas de personas enviadas a manicomios incluían diagnósticos como "casado; causa, masturbación" junto a "causa, frenesí religioso", poniéndolas al mismo nivel de demencia.
Otro artículo de la década de 1860, titulado "Hábitos Solitarios", declaraba sin ironía:
"Entre los males de la vida, no hay uno más temible que el hábito de la masturbación. Destruye el intelecto más fino en ruinas. Ni la plaga ni la guerra han producido resultados tan desastrosos para la humanidad como este hábito pernicioso. Es, como dice un autor francés, el elemento destructor de la sociedad civilizada que gradualmente socava la salud de una nación."
La comparaban con plagas y guerras. Era, según estos textos, una amenaza existencial a la civilización misma.
Y no faltaban los charlatanes médicos listos para aprovecharse. En 1893, el Dr. Louth publicaba anuncios prometiendo "curar" las "emisiones nocturnas" y el "hábito abrumador que cada año envía a miles de jóvenes brillantes a sus tumbas". Vendía tratamientos para salvar a la juventud de esta supuesta epidemia mortal.
Esas ideas no desaparecieron de la noche a la mañana. Se filtraron en la crianza de generaciones, en sermones religiosos, en consultorios médicos, en las conversaciones susurradas de padres que advertían a sus hijos sobre "debilitarse" o "arruinarse". Y aunque hoy sabemos que son absurdos totales —que la masturbación es fisiológicamente saludable y psicológicamente normal— el residuo emocional persiste.
Seguimos cargando vergüenzas heredadas de una malinterpretación bíblica medieval amplificada por una histeria médica victoriana. Y esas vergüenzas, irracionales como son, siguen siendo más poderosas en muchas personas que el miedo a traicionar, mentir y arriesgarse con la infidelidad.
Esas ideas no desaparecieron de la noche a la mañana. Se filtraron en la crianza de generaciones, en sermones religiosos, en consultorios médicos. Y aunque hoy sabemos que son absurdos totales, el residuo emocional persiste.
Las mujeres y el peso del doble estándar
Este fenómeno tiene matices particularmente complejos en las mujeres. Durante siglos, la sexualidad femenina fue válida solo en tanto respondía a los deseos de otro, preferiblemente dentro del matrimonio. Una mujer que manifestara deseo propio era peligrosa, desviada, histérica. Las instituciones médicas del siglo XIX llegaron a "tratar" la masturbación femenina como una enfermedad.
Aunque hemos avanzado, esas ideas se filtraron profundo en el inconsciente colectivo. Muchas mujeres crecieron con mensajes contradictorios: "Sé sexy, pero no sexual. Sé deseada, pero no desees demasiado. Y si deseas, que sea siempre en respuesta a alguien más".
Entonces, para algunas mujeres, la masturbación representa el tabú final: admitir que tienen una vida sexual que no necesita de nadie más para existir. Es autonomía pura, y la autonomía sexual femenina sigue siendo perturbadora para muchas estructuras sociales.
La infidelidad, por otro lado, aunque moralmente condenada, al menos las mantiene en el rol culturalmente comprensible de "ser deseadas". Es transgredir, sí, pero dentro de un código que la cultura ya procesó. Es casi más aceptable emocionalmente porque sigue dependiendo de la validación ajena.
Y aquí está la ironía cruel: estudios sugieren que las mujeres, cuando son infieles, lo hacen con menos culpa aparente que muchos hombres. No porque sean moralmente inferiores, sino porque han aprendido a racionalizar mejor, a construir narrativas emocionales más elaboradas. "No fue solo sexo, hubo conexión", "Mi pareja no me veía", "Necesitaba sentirme yo misma otra vez". Son justificaciones que transforman la traición en una especie de búsqueda existencial.
Mientras tanto, masturbarse sigue siendo "triste", "desesperado", "fracaso".
Los hombres y la trampa de la conquista
Aunque el fenómeno es quizá más visible en mujeres, los hombres no están exentos. La cultura masculina tradicional ha equiparado el valor personal con la capacidad de conquista. Un hombre que "consigue" amantes, incluso traicionando a su pareja, puede secretamente sentir que está demostrando algo: virilidad, atractivo, poder.
La masturbación, en cambio, puede percibirse como admitir que "no conseguiste a nadie". Es el acto del que no tiene opciones, del que se tuvo que "conformar" consigo mismo. Incluso cuando la realidad es que simplemente decidió no complicarse la vida.
Esta mentalidad revela una inmadurez emocional profunda: la incapacidad de construir autoestima desde adentro. Se depende del reflejo en los ojos de otros para sentirse valioso, y ese es un edificio psicológico extremadamente frágil.
La lógica invertida
Pongámoslo en perspectiva fría:
Masturbación:
- Cero riesgo de enfermedades de transmisión sexual
- Cero daño emocional a terceros
- No rompe compromisos ni confianza
- Fisiológicamente saludable
- Emocionalmente honesta
- No genera drama, conflicto ni consecuencias sociales
Infidelidad:
- Riesgo de ETS
- Devastación emocional para la pareja engañada
- Destrucción de confianza, a veces irreparable
- Potencial desintegración familiar si hay hijos
- Complicaciones logísticas, mentiras constantes
- Riesgo de embarazos no planificados
- Posible conflicto social y familiar
¿Y sin embargo? Hay quienes cargan con toda esa lista de consecuencias antes que enfrentar la "humillación" de tocarse a sí mismos.
¿Qué nos dice esto sobre nosotros?
Esta contradicción nos habla de algo incómodo: muchas personas prefieren la validación externa, aunque sea destructiva, que la aceptación de sí mismas. Es más fácil engañar que mirarse al espejo. Es más sencillo construir una narrativa romántica alrededor de una traición que admitir "tengo una sexualidad y no me da vergüenza atenderla yo mismo".
También revela cuán profundo calan los mensajes culturales sobre lo que es "digno" y lo que no. Siglos de represión, dobles estándares y narrativas distorsionadas no se borran en una generación. Seguimos cargando vergüenzas heredadas que no tienen sentido lógico, pero que se sienten reales porque están grabadas en nuestro tejido social.
La madurez como salida
La persona emocionalmente madura entiende que su sexualidad le pertenece, que no necesita validación ajena para ser legítima, y que cuidarse a sí misma —en todos los sentidos, incluido el sexual— no es vergonzoso sino responsable.
La persona inmadura busca su reflejo en otros, incluso cuando ese reflejo la obliga a traicionar, mentir y arriesgarse de formas absurdas.
No se trata de juzgar moralmente, porque todos navegamos contradicciones. Pero sí vale la pena preguntarse: ¿por qué nos da más miedo estar solos con nosotros mismos que hacer daño a quienes supuestamente amamos?
Quizá la respuesta está en que enfrentarnos a nosotros mismos —sin máscaras, sin narrativas, sin el espejo validador de otro— es el acto más vulnerable que existe. Y la vulnerabilidad asusta más que la traición.
Pero solo en esa vulnerabilidad está la posibilidad de construir algo sólido: una relación honesta con uno mismo, que es la única base real para cualquier otra relación.
Esta reflexión nace de observar patrones en la convivencia humana, no de juicios morales absolutos. Todos somos contradictorios. Pero entender nuestras contradicciones es el primer paso para elegir con más conciencia.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Fuentes Históricas Primarias (Siglo XIX)
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Nota metodológica: Las fuentes históricas fueron accedidas a través de archivos digitales de prensa estadounidense del siglo XIX y se incluyen como evidencia del contexto sociohistórico que influyó en la construcción de tabúes sexuales contemporáneos. Las concepciones médicas y morales reflejadas en estos documentos son hoy consideradas pseudocientíficas y carentes de fundamento empírico.