¿Eres amigable o solo eres ansiosa de atención?
Por Junnior Calcaño
Dos variables distintas: el origen del vínculo
En este debate,
emergen dos perfiles claros:
- La persona genuinamente amigable, que genera vínculos desde un
desprendimiento afectivo, un deseo real de conexión humana, reciprocidad
emocional y cuidado mutuo. Esta actitud conlleva responsabilidad afectiva,
lealtad, y una voluntad de compartir, no de utilizar.
- La persona que necesita atención, que construye relaciones como
escenarios para calmar su vacío. No se relaciona para dar, sino para
recibir. Busca ser el centro, sentirse importante, y si esa necesidad no
se satisface, salta a otro vínculo. Así inicia un ciclo sin fin de búsqueda,
absorción emocional y ruptura.
Esta diferencia no
siempre es evidente a simple vista. De hecho, muchas veces lo segundo se
disfraza de lo primero, generando vínculos que parecen amistad, pero que en
realidad se sostienen sobre la base del egocentrismo y la instrumentalización
del otro.
¿Qué tiene de malo querer atención?
Uno de los ejes
centrales de la discusión gira en torno a esta pregunta, planteada
legítimamente: "¿Qué hay de malo en querer atención?"
La respuesta corta sería: nada, mientras no se use a los demás como objetos para satisfacerla. Todos necesitamos atención en distintos grados; es una necesidad humana. Pero cuando esa necesidad se vuelve el motor principal de una relación, y cuando esa relación se basa en la demanda unilateral, sin reciprocidad ni responsabilidad emocional, entonces ya no hablamos de amistad, sino de manipulación emocional encubierta.
Aquí es donde se inserta la crítica: no en el deseo de atención, sino en el modo en que se busca y a costa de quién se satisface
.El ciclo de la inestabilidad emocional
Cuando alguien se
relaciona únicamente por interés afectivo individual, lo que produce es un ciclo
de inestabilidad vincular: se vincula, se satisface parcialmente, se frustra,
se rompe o se desplaza, y luego repite. Esta mecánica convierte al otro en un
medio y no en un fin. Lo usa como fuente emocional, no como un ser humano con
sus propias necesidades.
Esto no solo daña,
sino que deja una estela de vínculos rotos, malentendidos, y personas
confundidas que creyeron estar en una amistad, cuando en realidad estaban
siendo usadas como depósito afectivo.
La subjetividad como excusa vs. la autocrítica
Una postura que se
opone a esta crítica plantea que todo es subjetivo, que no podemos juzgar la
intención de los demás, que cada uno se vincula como puede. Si bien es cierto
que las relaciones humanas no son exactas, eso no debe servir para justificar
comportamientos dañinos.
La subjetividad no
exime de la autocrítica. Uno puede reflexionar sobre su forma de vincularse,
sobre si se está acercando a otros por cariño o por carencia, si está dispuesto
a dar o solo quiere recibir. La madurez emocional implica revisarse, no
excusarse.
¿Qué dice más de ti: lo que el otro hace o cómo lo vivís?
Otro argumento válido
del contrapunto es que muchas veces la molestia que sentimos ante el
comportamiento de alguien habla más de nuestras propias heridas que del otro.
Esto es parcialmente cierto. Pero también es cierto que identificar patrones
egoístas no es prejuicio, sino análisis de conducta repetida. Reconocer que
alguien no es genuinamente amigable no es condenarlo, es ponerle nombre a un
comportamiento que puede hacer daño si no se confronta.
En definitiva, este
debate pone en evidencia una verdad incómoda: no todas las personas amables son
realmente amigables. A veces, la necesidad de atención se disfraza de simpatía,
de cercanía, de buena onda. Pero detrás de ese gesto puede haber una intención
centrada en uno mismo, que al final vuelve frágil e inestable cualquier vínculo
que intente sostenerse sobre esa base.
No se trata de juzgar
con dureza, sino de invitar a la autoconciencia. Porque cuando somos capaces de
ver si buscamos vínculos para compartir o para llenar un vacío, empezamos a
construir relaciones más honestas, más sanas, y más duraderas.
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