Una reflexión sobre el sistema financiero más antiguo del barrio
Todo empezó con una deuda que me tenía desvelado. Cuatro créditos diferidos, tarjetas de crédito, y esa sensación agobiante de que el dinero se me escapaba entre los dedos como arena. Fue entonces cuando Miguelina, mi compañera de trabajo, me dijo con esa naturalidad dominicana: "¿Por qué no te metes en mi san? Somos gente seria."Un san. La palabra me sonaba familiar, pero nunca había participado en uno. "Cinco mil pesos mensuales, somos once personas, cada mes le toca a uno", me explicó mientras tomábamos café en el break. Hice los cálculos mentalmente: 55,000 pesos cuando me tocara. No era una fortuna, pero era exactamente lo que necesitaba para empezar a salir del hoyo financiero.
La Decisión del Jugador de Tres Números
Como buen dominicano optimista, decidí no jugar un número. Ni dos. Jugué tres. "Tú 'ta loco", me dijo Miguelina riéndose, "eso son 15,000 mensuales." Pero yo tenía mi plan: tres oportunidades de recibir 68,000 pesos (porque la administradora del san se queda con 2,000 adicionales por mes por manejar todo). Con 210,000 pesos en total, podía no solo saldar mis deudas, sino planificar mi futuro financiero.
Mientras calculaba estrategias de pago en mi mente, me asaltó la curiosidad: ¿De dónde viene esta práctica tan dominicana? ¿Cómo es que un sistema que no necesita bancos, contratos ni abogados funciona tan bien en nuestros barrios?
Las Raíces de Nuestra Confianza
La investigación me llevó por caminos fascinantes. Resulta que el san dominicano es heredero directo de las "tontines" africanas, sistemas de ahorro colectivo que nuestros ancestros africanos trajeron en los barcos esclavistas. Lo que comenzó como una estrategia de supervivencia en las plantaciones coloniales, evolucionó hasta convertirse en el banco informal más exitoso del Caribe.
En otros países le dicen "tanda" (México), "natillera" (Colombia), "plato" (Puerto Rico), pero aquí, en nuestra bella Quisqueya, le decimos "san" con esa contundencia que solo nosotros sabemos darle a las palabras importantes.
El Código Invisible del Barrio
Lo que más me impresiona del san no son los números, sino el código de honor que lo sostiene. Miguelina me explicó las reglas no escritas con la seriedad de quien custodia una tradición sagrada:
"El que entra, termina. Aquí no hay 'ay, que se me olvidó' ni 'este mes no puedo'. Tu palabra vale más que cualquier papel firmado."
Y es cierto. En el san no necesitas score crediticio, aval bancario ni garantías. Solo necesitas algo mucho más valioso: reputación. Si violas un san, no solo pierdes el dinero, pierdes el respeto de tu comunidad. Te conviertes en "esa persona que no cumple", el famoso "mala-paga" palabra compuesta que integra inherentemente de manera compleja e intrínseca una verdad que da miedo como un templo, y en un país donde todo se mueve por referencias y confianza, eso es peor que cualquier reporte de Datacrédito, o como diría cualquier ciudadano de a pie, el famoso y mal enseñado, temido "CICLA"
La Sabiduría de Doña Carmen
Doña Carmen, la administradora de nuestro san, es una señora de sesenta y tantos años que ha manejado sanes por más de tres décadas. "Mijo", me dice con esa autoridad maternal que solo tienen las mujeres dominicanas de su generación, "esto no es un juego. Esto es compromiso. Yo he visto familias que han salido adelante gracias al san, y he visto sinvergüenzas que han tratado de estafar y han terminado siendo rechazados hasta por su propia familia."
Doña Carmen cobra 1,000 pesos adicionales por mes por administrar el san. No es ganancia, me explica, es responsabilidad. Ella es quien investiga a los nuevos participantes, quien presiona a los morosos, quien media en los conflictos y quien, cuando alguien tiene una emergencia real, busca la manera de que el grupo lo apoye.
"Esto es más que dinero", me dice mientras anota religiosamente en su cuaderno de contabilidad manual, "esto es comunidad."
Entre la Modernidad y la Tradición
Vivimos en tiempos de aplicaciones bancarias, criptomonedas y fintech, pero el san sigue siendo el sistema financiero más confiable para miles de dominicanos. ¿Por qué? Porque resuelve un problema que ningún banco ha podido solucionar: cómo darle acceso al capital a gente trabajadora sin burocracias, intereses abusivos o requisitos imposibles.
El san es democrático en su esencia. No importa si eres doctora o empleada doméstica, si vives en Naco o en Villa Mella. Si puedes aportar tu cuota mensual y tienes la confianza del grupo, tienes acceso al mismo sistema que ha sacado adelante a generaciones de dominicanos.
Mi Estrategia y Mi Aprendizaje
Mientras escribo esto, ya tengo claro mi plan: primer san para eliminar las tarjetas 3108 y 3100, y abonar a la 4811. Segundo san para saldar el préstamo del Popular. Tercer san para terminar con la 4811 y atacar las tarjetas de crédito. En 14 meses, de pagar 37,050 pesos mensuales, estaré pagando solo los 15,000 del san.
Pero más allá de los números, he aprendido algo más profundo. He redescubierto el valor de la palabra empeñada, la fuerza de la confianza mutua y la sabiduría de nuestras tradiciones financieras populares.
Reflexión Final: El Banco del Corazón
En un mundo cada vez más digital e impersonal, el san dominicano nos recuerda que las mejores transacciones son las que ocurren entre personas que se miran a los ojos y se comprometen de corazón. Es un sistema que funciona no por algoritmos o garantías legales, sino por algo mucho más poderoso: la necesidad humana de confiar y ser confiable.
Cada mes, cuando le entrego mis 15,000 pesos a Doña Carmen, no solo estoy haciendo un depósito financiero. Estoy participando en un ritual comunitario que conecta mi presente con el pasado de mis ancestros y mi futuro con el de mi comunidad.
El san no es solo una estrategia financiera. Es una declaración de fe en la humanidad, una apuesta a que, a pesar de todo, los dominicanos seguimos siendo gente de palabra.
Y eso, en estos tiempos, no tiene precio.
Nota del autor: Los nombres mencionados en este artículo han sido cambiados para preservar la confidencialidad de las personas involucradas.
El autor es un dominicano común que descubrió que a veces las mejores lecciones de finanzas personales no vienen de los libros, sino de la sabiduría de su propia cultura.