En el funeral de las certezas, Oklahoma City entierra los últimos dogmas del baloncesto moderno
Recapitulación: Una Serie Que Nadie Quería Ver Pero Que Lo Cambió Todo
Hace apenas unas semanas, escribí sobre el vacío existencial que generaban estas Finales entre Thunder y Pacers. "El Fin de las Hegemonías" exploraba mi propia incapacidad para conectar emocionalmente con una serie protagonizada por dos equipos jóvenes, sin figuras hegemónicas, sin narrativas épicas de poder. Confesé no haber visto ni un minuto de las primeras finales, víctima de esa nostalgia tóxica por los titanes del pasado.
Luego vino "Por Qué Tyrese Haliburton Es Un Jugador Que Nadie Ama", un análisis de cómo el líder de los Pacers encarnaba todo lo que resulta incómodo en esta nueva NBA: efectivo pero no inspirador, técnicamente brillante pero emocionalmente vacío. Haliburton representaba la muerte de la narrativa romántica en el deporte, la conversión del baloncesto de epopeya a algoritmo.
![]() |
Curiosamente Haliburton terminó lesionado y no pudo rendir a plena capacidad. Pero así son los deportes: de esa manera, le ganaron a Celtics sin Tatum y a Bucks sin Dame Lillard |
Ambos artículos nacieron de la misma melancolía: la sensación de que estábamos presenciando el primer campeonato que se sentiría como una conclusión administrativa en lugar de una culminación épica.
Estaba equivocado.
No porque estas Finales hayan resultado épicas en el sentido tradicional—seguían siendo protagonizadas por jugadores que no inspiran devoción masiva, por narrativas que no cortan la respiración. Estaba equivocado porque mi nostalgia me había cegado ante algo mucho más significativo que estaba ocurriendo: no estábamos presenciando el fin de las hegemonías, sino el fin de las certezas. No era el funeral del drama, sino el funeral de los dogmas.
El confeti ha sido barrido y el eco de la celebración en Oklahoma City comienza a disiparse, pero la resonancia de su campeonato de 2025 apenas empieza a sentirse. La victoria del Thunder no es simplemente el fin de una temporada; es la culminación de un proceso de demolición que ha durado una década. Es el fuego que consume el último de los grandes cánones sagrados sobre cómo se debe ganar en la NBA.
Durante generaciones, los fanáticos y analistas nos aferramos a un conjunto de verdades aparentemente inmutables, axiomas forjados en la presión de los playoffs y validados por décadas de historia. Sin embargo, la NBA moderna, en su evolución implacable, ha ido arrojando estas "verdades" a una hoguera, una por una. La victoria del Thunder, un equipo insultantemente joven y construido de manera orgánica, no es una anomalía; es la prueba definitiva de que los viejos manuales ya no sirven.
La lesión temprana de Tyrese Haliburton en el Juego 7—esa pantorrilla que finalmente cedió cuando más se necesitaba su liderazgo—se convirtió en la metáfora perfecta de esta nueva era. El jugador que había cargado las expectativas de toda una franquicia se desplomó en el momento crucial, y aún así los Pacers no pudieron aprovecharlo. Porque del otro lado había un Thunder que ya no dependía de las viejas certezas sobre cómo ganar campeonatos.
Este es el análisis de cómo tres de los más grandes mitos del baloncesto contemporáneo fueron desvirtuados, dejando un panorama tan incierto como fascinante.
Capítulo 1: La Herejía del Triple y la Primera Gran Apostasía de los Warriors
El Canon Roto: "No se puede ganar un campeonato dependiendo del tiro de tres puntos".
Durante décadas, el dogma fue claro: los campeonatos se ganan en la pintura. La postemporada era un territorio de dureza, de defensa física, de canastas cerca del aro. El tiro de tres era un arma de doble filo, un lujo volátil. "Vives por el triple, mueres por el triple", rezaba el mantra. Las ofensivas perimetrales eran consideradas blandas, poco fiables para la guerra de trincheras de siete partidos.
Nadie encarnó esta vieja guardia con más vehemencia que Charles Barkley. Como una de las voces más influyentes del baloncesto, su escepticismo era el sentir de toda una generación. "No creo que se pueda ganar un campeonato con un equipo de tiradores... Siempre me han dicho que los grandes hombres ganan campeonatos", sentenció en 2015, refiriéndose a los Golden State Warriors de Stephen Curry.
Lo que Barkley y el resto del mundo no entendieron es que los Warriors no eran simplemente "un equipo de tiradores". Eran una revolución filosófica. No se trataba solo de la cantidad de triples, sino de la calidad de los tiros generados por un sistema de movimiento perpetuo, pases extra y, sobre todo, la aterradora gravedad de Curry, que deformaba las defensas rivales como un agujero negro.
Su éxito en 2015 no fue una casualidad; fue la primera gran apostasía. Demostraron que una ofensiva perimetral, lejos de ser una debilidad, podía ser el motor de un dominio aplastante. El primer gran canon había caído. El baloncesto nunca volvería a ser el mismo.
Capítulo 2: El Paradigma del Super-Equipo y el Legado Ambivalente de LeBron
El Canon Roto: "Para ganar, necesitas ensamblar un 'Big Three' de superestrellas consolidadas".
El precedente había sido establecido en 2008. Los Boston Celtics, tras décadas de mediocridad, ensamblaron su propio "Big Three" con Kevin Garnett, Ray Allen y Paul Pierce, y le dieron agua a beber a un LeBron joven y cansado de quedarse a las puertas de las finales mientras otros se llevaban los vítores. Esa victoria de Boston validó una teoría que hasta entonces parecía incierta: que tres estrellas establecidas podían artificialmente acelerar el camino hacia el campeonato.
Fue esa lección la que LeBron James internalizó cuando tomó "la Decisión" en 2010. Si no podía vencer al modelo, se uniría a él, creando su propio triunvirato en Miami. Y así nació un nuevo axioma. La era de la lealtad y la construcción orgánica parecía un vestigio romántico. El camino hacia el título era ahora una carrera armamentista: reunir a estrellas en su apogeo, sacrificar el futuro por la gloria instantánea. LeBron estaba convencido de que la fórmula de tres estrellas establecidas sería un paradigma funcional que alteraría para siempre el canon de la NBA.
El modelo funcionó para Miami, y pareció validarse cuando los Warriors añadieron a Kevin Durant para crear una de las mayores superpotencias de la historia. Incluso cuando Durant se fue, la llegada de Chris Paul a Golden State en 2023 y su campeonato subsecuente parecía confirmar que el talento veterano consolidado seguía siendo el ingrediente mágico. El mensaje era claro: si no tienes tres de los mejores 20 jugadores del mundo, no compites.
Sin embargo, este canon llevaba consigo la semilla de su propia destrucción. Generó una reacción violenta, no solo entre los fanáticos, sino en la propia estructura de la liga. El convenio colectivo se modificó para castigar fiscalmente la acumulación de salarios estratosféricos, haciendo el modelo del "super-equipo" cada vez más insostenible.
Y entonces, comenzaron a surgir las contra-narrativas. Los Toronto Raptors de 2019 ganaron con un núcleo orgánico y una sola estrella adquirida por traspaso (Kawhi Leonard). Los Milwaukee Bucks de 2021 y los Denver Nuggets de 2023 perfeccionaron el modelo alternativo: draftear a un talento generacional (Giannis, Jokić) y construir metódicamente un ecosistema a su alrededor durante años.
El Oklahoma City Thunder de 2025 es la refutación definitiva y más pura de este paradigma. No son un super-equipo ensamblado; son una colmena cultivada. Sam Presti no fichó a agentes libres estelares; adquirió a un joven Shai Gilgeous-Alexander como una pieza de futuro y luego, a través del draft, seleccionó a cada uno de los complementos perfectos: Jalen Williams, Chet Holmgren, Cason Wallace. Incluso sus veteranos clave, como Alex Caruso, fueron adquiridos para roles específicos, no como salvadores.
El Thunder demostró que la cohesión, la identidad y el desarrollo interno no solo son una alternativa viable, sino potencialmente superior al modelo de las estrellas prefabricadas. El segundo canon se hizo cenizas.
Capítulo 3: La Juventud, Divino Tesoro y Maldición Rota por el Trueno
El Canon Roto: "No se puede ganar un campeonato con un equipo tan joven. La experiencia es indispensable".
Este era, quizás, el dogma más arraigado y resistente de todos. Los playoffs son un crisol que quema a los inexpertos. Los equipos jóvenes, por muy talentosos que sean, cometen errores costosos bajo presión. Necesitan "pagar sus deudas", perder en primera ronda, luego en semifinales, luego en finales de conferencia, antes de estar "listos".
Irónicamente, la prueba principal de este canon era el propio Oklahoma City Thunder. La primera encarnación del equipo, con unos jóvenes Kevin Durant, Russell Westbrook y James Harden, llegó a las Finales de 2012 y perdió contra el veterano Miami Heat de LeBron. Su fracaso se convirtió en la gran lección, la historia con moraleja que se contaba a cada nuevo equipo joven y prometedor: "Son buenos, pero les falta tiempo. Miren lo que le pasó al Thunder original".
Y entonces llegaron estos nuevos Thunder. Un equipo con un promedio de edad de 24.7 años, el más joven en ganar un título desde los Celtics de 1981. Pero no jugaron como jóvenes. Exhibieron una calma, una disciplina defensiva y una inteligencia táctica que desmentía sus partidas de nacimiento.
¿Qué cambió? ¿Por qué esta versión triunfó donde sus prodigiosos predecesores fallaron?
Liderazgo Cerebral vs. Volátil: El liderazgo de Shai Gilgeous-Alexander es el polo opuesto al de Russell Westbrook. Donde Westbrook era un huracán de energía y emoción cruda, SGA es un asesino silencioso, un maestro del ritmo y la eficiencia. Su calma impregna a todo el equipo.
Identidad Defensiva como Red de Seguridad: El antiguo Thunder dependía de su abrumador talento ofensivo. El nuevo Thunder, bajo la tutela de Mark Daigneault, se construyó sobre la mejor defensa de la liga. Cuando los tiros no caían, su defensa los mantenía en los partidos, una madurez estructural que la versión anterior nunca tuvo.
Cohesión de Roles sobre Acumulación de Talento: Sam Presti aprendió la lección más dura. El trío original era una colección de tres futuros MVP, una configuración de egos destinada a colisionar. El equipo de 2025 está diseñado con una jerarquía clara y roles complementarios. Jalen Williams es el perfecto segundo al mando, un creador secundario letal. Chet Holmgren es el ancla defensiva moderna ideal. No hay lucha de poder; hay una sinergia perfecta.
Estos Thunder no necesitaron "pagar sus deudas" porque su sistema y su madurez colectiva les permitieron saltarse los pasos. Rompieron la maldición de la juventud y, al hacerlo, destruyeron el último gran canon del baloncesto moderno.
El Último Bastión: La Defensa Gana Campeonatos
Mientras escribo estas líneas, queda un solo axioma aparentemente intacto, el último superviviente de la masacre conceptual: "La defensa gana campeonatos". Es el dogma más antiguo, el más respetado, el que ha resistido todas las revoluciones ofensivas y todos los cambios de era. Es harto probado que en estas instancias de postemporada profunda se juega otro nivel de baloncesto. La fiereza deportiva se impone y el compromiso defensivo se incrementa exponencialmente cuando las luces brillan más intenso.
La evidencia histórica es abrumadora. El Big Three de los Celtics, el triunvirato de Miami, el juego alegre de los Warriors, e incluso cada una de sus contranarrativas orgánicas, han emulado a la perfección la importancia esencial de este axioma en el código sagrado de los campeonatos NBA. Todos eran equipos mínimo top 10 en defensa durante cada una de sus temporadas de proezas. Sin excepción.
Los Thunder de 2025 parecen validar esta verdad una vez más, quizás con más pureza que cualquier campeón reciente. Liderados por el rating defensivo número uno de la liga durante la temporada regular, construyeron su campeonato sobre cimientos defensivos que parecían inquebrantables. En las Finales, limitaron a los Pacers a 102.3 puntos por partido, muy por debajo de su promedio de temporada regular, estrangulando cada posesión con una precisión quirúrgica.
Pero hay algo inquietante en esta validación tan perfecta. ¿Es la defensa realmente especial, dotada de alguna inmunidad mística contra la obsolescencia, o simplemente es el último mito en la fila, esperando pacientemente su turno para ser demolido? En una liga que promedia cada vez más puntos, que vive obsesionada con la innovación ofensiva, que celebra los highlights más que las paradas, ¿cuánto tiempo puede sobrevivir este último bastión de ortodoxia?
Tal vez estemos a una temporada de distancia de algún revolucionario que llegue anotando 130 puntos por partido y permitiendo 127, convirtiendo cada partido en una exhibición ofensiva frenética donde la defensa sea tan irrelevante como un vestigio del pasado. Sería la broma cósmica final, la resignación definitiva a todos los cánones vertidos en tierra en este nuevo milenio de la NBA. El último dogma convirtiéndose en polvo, dejándonos en un territorio completamente inexplorado donde las únicas reglas son las que aún no se han inventado.
Conclusión: En la Hoguera de las Viejas Verdades, ¿Qué Queda en Pie?
La victoria de Oklahoma City cierra un ciclo de demolición que comenzó con los Warriors hace una década. Primero, Golden State nos enseñó que se podía ganar desde el perímetro. Luego, una serie de campeones orgánicos nos mostró que no necesitábamos un super-equipo artificial. Y ahora, el Thunder nos grita que no necesitamos esperar a que madure nuestro talento.
Para el fanático que creció con estas certezas, el paisaje actual puede parecer desolador. La incomodidad no proviene de la falta de titanes, sino de la falta de un mapa. Si todos los caminos conocidos han sido borrados, ¿cómo entendemos hacia dónde vamos?
La respuesta es que el Oklahoma City Thunder no ha ofrecido un nuevo y único manual para el éxito. Al contrario, su victoria es la declaración final de que la era de los manuales ha terminado. Ya no existe un solo camino hacia el campeonato, sino una multitud de senderos posibles, abiertos a la innovación, la paciencia y la audacia.
La única verdad que parece quedar en pie—por ahora—es la más fundamental de todas: el talento, la química y la inteligencia siempre encontrarán la manera de ganar. El cómo, sin embargo, está más abierto que nunca.
El juego ya no pertenece a los que siguen las reglas, sino a los que se atreven a escribir las suyas.
Hasta que alguien venga a quemar también ese manual.