"¿Crees que se vendan mis galletas y pasteles? No quiero invertir en algo que después no funcione".
Y ahí está, la pregunta del millón que muchos emprendedores se hacen antes de dar el salto.
La verdad incómoda es esta: no importa qué tan buena sea tu visión, qué tan interesante suene tu idea, o cuántos recursos tengas. Los negocios tienen un componente de suerte que ningún ser humano puede predecir. Punto. Puedes tener todas las ideas del mundo, todos los medios para empezar, todos los recursos imaginables, pero hay un carácter aleatorio que está completamente fuera de tu control.
He visto negocios que parecían tenerlo todo resuelto, bien encaminados, bien invertidos, y simplemente no funcionaron. También he visto otros que empezaron como un hobby de fin de semana y terminaron siendo imperios. No hay una receta perfecta para el éxito empresarial, y quien te diga lo contrario te está mintiendo.
El dato perturbador que nadie quiere escuchar
Como diría Luisito Comunica, aquí viene el dato perturbador: de cada 10 negocios que empiezan, 7 no duran más de 3 meses. Empiezan 10 proyectos en enero, y para abril ya no existen 7 de ellos. Esto te da una idea clara de lo difícil que es realmente emprender.
Siempre se habla de la parte romántica del emprendimiento. La libertad de ser tu propio jefe, no tener que reportarle a nadie, trabajar en lo que te apasiona, todas esas frases motivacionales que ves en Instagram. Pero nadie te cuenta del costo real de emprender, de lo brutal que puede ser el proceso.
La realidad que no aparece en los posts motivacionales
Emprender no es solo tener la habilidad para hacer algo bien. Una cosa es que sepas hornear las mejores galletas del mundo, y otra completamente diferente es la maquinaria que necesitas para convertir esa habilidad en un negocio rentable.
Necesitas un equipo, y no cualquier equipo. Necesitas gente que trabaje contigo sin que les pagues como empleados tradicionales, al menos al principio. Es prácticamente imposible hacerlo completamente solo, y si decides intentarlo, tienes que ser una persona con una mentalidad de acero.
No te puedes frustrar por un día malo. No te puedes venir abajo por un mal momento. No te puedes dar el lujo de desmoronarte cuando algo no salga como esperabas. Debes tener una fuerza mental persistente y determinada que la mayoría de la gente simplemente no posee.
Más allá de hacer el producto
Cuando decides emprender, tu trabajo no se limita a hornear galletas o hacer pasteles. También tienes que venderlos, publicitarlos, manejar las redes sociales, lidiar con la contabilidad, resolver problemas de logística, atender clientes difíciles, y mil cosas más que no estaban en tu plan inicial.
Los amigos prometen mucho. Te van a llenar de halagos cuando prueben tus productos, te van a decir que están increíbles, que deberías venderlos. Pero hay una diferencia abismal entre que un amigo se coma un bizcocho que le regalaste y que ese mismo amigo se convierta en un cliente consistente que pague por tu producto mes tras mes.
Necesitas usuarios reales, consumidores que vean valor en lo que ofreces y estén dispuestos a pagar por ello de manera regular. Y eso, créeme, es mucho más difícil de conseguir de lo que parece.
La decisión final
Al final del día, nadie puede predecir si tu negocio va a funcionar o no. Puedes lanzarte con el conocimiento de que existe el riesgo de fracasar, o puedes quedarte paralizado por el miedo al fracaso. Ambas son decisiones válidas.
Lo que va a determinar tu camino es tu nivel de confianza en tu proyecto, qué tan clara tienes tu visión, y las ganas reales que tengas de hacer que suceda. Porque emprender no es solo una decisión financiera, es una decisión de vida que va a cambiar todo tu día a día.
La pregunta no es si tu producto es bueno. La pregunta es si estás dispuesto a hacer todo lo que se necesita para convertir ese producto en un negocio sostenible, sabiendo que las probabilidades no están a tu favor, pero que si lo logras, habrá valido completamente la pena.
El plot twist inesperado
Aquí viene la parte curiosa de toda esta historia. Después de escribirle todo esto a mi amiga, esperaba que se sintiera desanimada o al menos que lo pensara dos veces. Pero su respuesta me sorprendió completamente: me dijo que se sentía mejor y más confiada para lanzarse con esas cartas sobre la mesa.
Y ahí entendí algo fundamental sobre el poder de la verdad brutal.
Por qué la honestidad la tranquilizó (y por qué a otros los paraliza)
La diferencia entre alguien que se siente empoderado por la realidad y alguien que se paraliza por ella es simple: la mentalidad con la que reciben la información.
Mi amiga no necesitaba que le mintiera diciéndole que todo iba a ser color de rosa. Lo que necesitaba era saber exactamente a qué se estaba enfrentando. Cuando le di las estadísticas reales, cuando le expliqué lo difícil que es, cuando le pinté el panorama completo sin filtros, no la estaba desanimando. La estaba preparando.
Hay dos tipos de personas en el mundo: las que prefieren la ilusión cómoda y las que prefieren la verdad incómoda. Mi amiga claramente pertenece al segundo grupo.
La paradoja de la preparación mental
Cuando sabes que 7 de cada 10 negocios fracasan en los primeros meses, tienes dos opciones: usar esa estadística como excusa para no intentarlo, o usarla como combustible para ser parte del 30% que sí funciona.
Las personas con mentalidad emprendedora real ven los obstáculos como información valiosa, no como barreras infranqueables. Al conocer las dificultades de antemano, pueden prepararse mejor, pueden planificar con más realismo, pueden tomar decisiones más inteligentes.
Mi amiga se sintió más confiada porque ahora sabía que si su negocio no funcionaba, no sería porque ella hizo algo mal necesariamente. Sería porque emprender es inherentemente difícil, y eso la libera de la presión de la perfección.
Por qué necesitaba escuchar la verdad brutal
En una cultura que nos vende constantemente la fantasía del emprendimiento fácil, donde cada influencer te dice que "solo necesitas ganas y pasión", escuchar la realidad cruda es casi terapéutico.
Ella necesitaba que alguien le dijera que fracasar no la convierte en una perdedora. Que la mayoría de los negocios no funcionan. Que eso es normal. Que el éxito empresarial tiene mucho de suerte y timing, no solo de esfuerzo.
Esa información no la desanimó, la liberó. La liberó de la presión de tener que ser perfecta desde el día uno. La liberó del miedo paralizante al fracaso, porque ahora entiende que el fracaso es estadísticamente probable y no refleja su valor como persona.
La lección más importante
A veces la mejor manera de empoderar a alguien no es diciéndole que todo va a salir bien. Es diciéndole exactamente qué tan difícil va a ser, y luego confiar en que tiene la fortaleza para manejarlo.
Porque al final, las personas que realmente van a lograrlo no necesitan mentiras motivacionales. Necesitan información real para tomar decisiones inteligentes.
Y mi amiga, con todas las cartas sobre la mesa, decidió apostar por ella misma. Eso, más que cualquier estadística de éxito, me dice que tiene exactamente la mentalidad que se necesita para hacer que funcione.
¿Estás listo para escuchar tu propia verdad brutal?